"El mico". Minicapítulo V

"El mico", sigue sentado en el banco del parque. Continúa con sus pensamientos que de vez en vez se cortan al saludar a alguien habitual como él en aquel lugar. Pasan personas, algunas con perros y esto le da un nuevo motivo de reflexión. Piensa que los dueños de los perros acaban teniendo una expresión parecida a la de sus animales, o al revés, quizá, pero cree que esa analogía existe. Por ejemplo, hacia mediodía suele pasar por allí, una buena moza que lleva un precioso dálmata, lleno de manchas negras sobre su limpia piel blanca. Mas tarde, pasa un perfumado personaje que pasea a dos diminutas perritas, que temerosamente protege entre sus brazos en el momento que piensa tan solo que otro perro puede acercarse a ellas. Hay una pareja de jóvenes, que llevan dos perros de raza boxer, muy alborotadores, que corren muy alegres alrededor de sus dueños. Cree firmemente, que en cuanto tengan hijos -la pareja humana, claro- se despreocuparán de los perros sin más, con la inconsciencia de alguna juventud. Hay más aún, como el labrador que lleva un personaje mal encarado, que suele tratarlo bruscamente y que en cuanto ladra, sufre tirones secos de la traílla. Había señoras, que llevaban diferentes perros, de mayor o menor tamaño, así como algunos otros señores, que paseaban en unión de pastores alemanes o dogos. Mas de cincuenta perros pasaban todos los días por allí, mientras él estaba . Manolito, entre otras cosas, calculaba los kilos de deshechos que quedarían en los paseos estos animales al cabo del año y llegaba a cifras verdaderamente altas.
Al parque, acudían todos los días tres señoras ya mayores, que indefectiblemente formaban tertulia con otros jubilados, que según hiciera calor o frio, buscaban bancos de sombra o en los que diera el sol. Parece que se entretenían bastante unos con otras y viceversa, a tenor de las carcajadas que a veces el viento y la no excesiva distancia a la que se encontraba de ellos, le hacían percibir retazos de conversaciones. Invariablemente, hablaban de tres temas: dinero, dolencias y cosas que según ellos habían vivido en su juventud. A estos últimos temas, le seguían carcajadas y risitas contenidas, lo que le inclinaba a pensar que se trataba de asuntos algo escabrosos. Tras ello, se quedaban callados a veces y "el mico" pensaba que a pesar de su reunión, se encontraban cada uno de ellos, más solo que él, porque él al menos, no tenía que inventarse mentiras, como posiblemente fueran la mayoría de las cosas de las que presumían haber tenido o realizado. En el fondo, a pesar de que aparentemente vivían con menos dificultad, Manolo sentía algo de lástima de ellos. A las dos de la tarde, al dar las campanadas el reloj de torre de un monasterio cercano, se deshacía el grupo y cada cual se retiraba a su casa hasta el día siguiente.
Una de esas mañanas, observó cómo en el banco en que habían estado sentados, se habían dejado olvidado un pequeño paquete. Al acercarse, vió que se trataba de una carterita con papeles. "El mico" los llamó para avisarlos, pero o no le oyeron o no le hicieron caso y abriendo la carterita, vió que tenía algún dinero, así como la tarjeta de la Seguridad Social de una señora y unas fotografías de varios niños pequeños. Ni rastro de señas o cualquier dato para poder localizar a su propietario, así que se la guardó hasta el día siguiente en que al verlos, se la entregaría.
A la mañana siguiente, hacia la una y cuarto, cuando el grupo habitual estaba completo, Manolo se acercó a ellos y mostrándoles su hallazgo, les indicó les había llamado cuando se marcharon el día anterior, pero que posiblemente no le habrían oido. Una señora de entre ellas, se levantó y le dió las gracias y abriéndola como sin darle importancia, se sorprendió de que estuviera allí el dinero que había. Miró directamente a los ojos a "el mico" y aunque no hizo un comentario sobre ello, él, sabía lo que estaba pensando. La señora, agregó que lo que mas agradecía era haber recobrado las fotografías de sus nietos y continuó, indicándole podía quedarse con el dinero que allí guardaba, lo que Manolo, rechazó con una sonrisa. La señora, preguntó entonces:
-¿Y cual era su profesión?
-Señora, yo he hecho casi de todo; carpintero, militar, betunero, y un largo etcétera, y para aprovechar mejor el tiempo, también he estado una temporada en la cárcel, pero vamos, no le haría ascos en este momento, hasta hacer de monaguillo.
-Hombre, la verdad es que para eso último está usted algo crecidito. ¿no cree?, pero de otra cosa, a lo mejor yo puedo buscarle acomodo, porque lo que si es cierto, es lo que no ha citado y que para mí, tiene más importancia, que tiene honradez.
-Al menos, señora, lo procuro, porque si nó, seguiría igual de pobre y encima carecería de dignidad.
-Dice usted muy bien. No crea que voy a olvidar este asunto. En unos días, espero poder darle alguna buena noticia, pero ahora, le ruego que me acepte esta pequeña cantidad que hay en la carterita para que se tome un café con algo.
-Gracias, señora, pero no es necesario, porque a mí me dan de comer gratis y me alojan también, sin que tenga que abonar nada. Si me facilita un sitio donde pueda trabajar, sería yo el que le quedaría muy agradecido y ahora, queden con Dios, que debo marcharme al comedor asistencial, en el que me dan de comer y hoy ya voy un poco retrasado.
Doña Laura -que así se llamaba la señora- quedó muy agradablemente sorprendida de la actitud del mendigo y cuando regresó a su casa, comentó con su familia el suceso. Su yerno se ofreció para darle un empleo de mozo, en el almacén, pero ella pensó que era poca la fortaleza física que aparentaba tener el mendigo, por lo que pensó sería mejor hablar con don Miguel, un sacerdote conocido, que estaba haciendo una obra social en un barrio marginal y que para sorpresa de muchos, a pesar de las pocas ayudas que recibía, estaba logrando hacer cosas muy tangibles, como una guardería, una escuela, una capilla, una pequeña cooperativa de confección y sobre todo lo mas importante, llevar a aquel lugar, considerado por todos como irredento, la esperanza de que un día no demasiado lejano en el tiempo, podrían mejorar entre todos aquella condición marginal. Así que tomando el teléfono, marcó el número de la pequeña casa que actualmente hacía funciones de , capilla, colegio, taller y vivienda de don Miguel y al descolgar aquél, inició la conversación:
-Buenas tardes. ¿Don Miguel? Soy Laura Martín.
-Buenas tardes. Sí, soy yo. Dígame.
-Verá. Se trata de enviarle a una persona que me ha parecido de buena fe y que precisa ayuda. Además, me ha entregado un monedero que extravié, sin tocar ni un céntimo de lo que allí había.
-Pues, mándemelo usted, que aquí son bienvenidas todas las personas que tienen buena voluntad.
-Mañana hablaré con él y espero que le visite en uno o dos días . ¿Qué autobús debe tomar?
-Dígale que tome el 137 y que le diga al conductor, que le pare en el cruce del camino de la yegua. Que cuando llegue por él a una empalizada, entre y al primero que vea, le pregunte por mí.
-Así se lo diré y para que sepa que es la persona que le hablé, llevará una tarjeta mía. Ya me dirá si ha podido hacer algo por él.
-No tenga la menor duda de que si él lo desea, aquí habrá sitio para él. Ya le contaré.
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