"El mico". Minicapítulo II

Al faltar su hermana Benedicta, el trabajo de la casa recaía totalmente en su madre y por ello, ésta y su padre, pensaron enviarlo un tiempo con su abuela materna, que vivía en un pueblecito también pequeño, de la sierra de Huelva. Su abuela, era una mujer bastante mayor, muy afable y cariñosa a la que nunca se le borraba la sonrisa de la cara. También se llamaba Benedicta. Vivía sola desde que enviudara hacía más de quince años, de su abuelo Martín, con el que compartiera el trabajo en un pequeño bar, que ahora tenía alquilado y cuya pequeña renta mensual, le daba para vivir sin estrecheces, pero también sin excesos. Se había quedado en el pueblo y aunque tenía otro hijo trabajando en Barcelona, éste venía solo unos días en el verano, coincidiendo con las fiestas. La madre de Manolito, según los destinos que había ido teniendo su marido, había estado casi siempre lejos de su pueblo natal, siendo ahora, la excepción, ya que estaba a poco mas de doscientos kilómetros. Cuando habló con su madre y le preguntó si podría quedarse un tiempo con su nieto, la abuela Benedicta se alegró mucho, yendo de inmediato a hablar con el maestro para ver de que no perdiera tiempo en sus estudios.
Los primeros días, fueron algo difíciles para nuestro forastero, al que costó hacerse al lugar así como a los nuevos compañeros de clase, pero al poco, acabó haciéndose con bastantes amigos, a los que enseñó juegos diferentes a los que ellos conocían y se hizo muy popular. Por otra parte, su abuela no le reñia nunca y estaba muy a gusto allí. Una sola cosa echaba de menos: a su madre.
Llevaba ya allí dos o tres semanas, cuando una tarde, al llegar el autobús de linea, se llevó la mas alegre sorpresa que podía haber imaginado. En una ventanilla, vió a su madre y a su hermana Carmen. Era la alegría mayor que podía haber tenido nunca. Casi se puso a llorar de la emoción. Luego, en vez de ir a abrazarlas, fue corriendo a casa de su abuela a darle la noticia. Al poco, estaban los cuatro fundidos en un abrazo fuerte, fuerte, interminable y con una intensidad que no se le olvidó jamás. Nunca olvidaria la mano de su madre, acariciando su cabeza, tratando de poner un poco de orden en sus cabellos desordenados, llenos de polvo de sus correrías por el campo. Pero, claro, aquella había venido solamente a verle unos días y estos tres o cuatro, pasaron muy pronto y otra vez se tuvo que marchar, aunque ahora, también se quedó junto a él con la abuela Benedicta, su hermana Carmen. La abuela por un lado y ellos junto a ella, sentían a la vez aquella marcha...
Parece mentira, lo largo que fueron los años que siguieron, llenos de cambios y lo pronto que ahora podría despacharlos en tres o cuatro frases, pero esa es la realidad. Después, casi todo fue triste y cuando nó, monótono y desilusionante. Muertes en la familia y otros amargos tragos, que ya no quería recordar.
Se vió mas tarde en Melilla haciendo el servicio militar. Como todo, al principio le fue dificil. Luego se fue haciendo al medio y digamos que iba pasando el tiempo. Muchos días, haciendo servicios de guardia y otros de provisiones en la cocina. Luego, le fue cogiendo el aire al tema y hasta le gustaba hacer servicios que le correspondían a otros -eso sí, cobrando un dinero a cambio-. Se aficionó luego a ir con una mora de nombre Saida, que le sacaba todo el dinero que tenía y que era muy cariñosa con él, hasta que se le acababa el dinero. Entonces, le decía:
-Tener que irte. Tu comprender. Si tu no dinero, volver con morita cuando tener.
Y Manolito se iba, hasta que pasados quince o veinte días haciendo guardias y servicios diversos en lugar de otros, además de los que le correspondían a él, juntaba unas pesetas, que iban directamente a la caja de lata en la que la morita Saida, guardaba sus ganancias.

__________________________

No hay comentarios: