Automóviles en el recuerdo


A finales de la década de los años cincuenta del siglo pasado, mi padre tenía un Austin Seven. Éste, era un pequeño vehículo de siete caballos, superviviente de la guerra de España en el año 36 y como casi todos los vehículos de la época, con miles de kilómetros recorridos, pero al que aún no se le reconocía suficiente antigüedad para disfrutar de jubilación, por otra parte bien merecida. A mi me encantaba conducirlo, en las pocas ocasiones en que me dejaban hacerlo.

Tenía un montón de piezas que ya no eran originales, pero aún conservaba el estilo inglés en su pulida carrocería negra, que después de numerosas raspaduras y arreglos, seguía conservando el brillo de charol originario, en el que contrastaban los reflejos de sus abundantes niquelados en parachoques, manillas de puertas, embellecedores de ruedas y faros. Las llantas de sus ruedas, eran de radios y resultaban muy elegantes. Perfectamente equilibradas con algún contrapeso colocado en la parte en que se acoplaba el neumático, giraban rectamente sin bamboleo de clase alguna, estando sujetas a los palieres o manguetas, por una sola tuerca almenada de buen tamaño, fijada por un clip de seguridad, tapada por el embellecedor. Traía de fábrica una sola luz trasera de stop. Yo le acoplé dos, así como intermitentes, en cada uno de los guardabarros traseros y delanteros. También le coloqué una luz de marcha atrás, pero no instalada para entrar en funcionamiento al introducir la marcha automáticamente en la caja de cambios, sino que cada vez que lo hacía, manualmente conectaba un interruptor colocado bajo el volante junto a la llave de contacto. La puesta en marcha, se hacía mediante un pulsador. El parabrisas giraba y podía levantarse verticalmente unos 30º , con lo que se lograba una entrada de aire, muy agradable en verano. Un solo limpiaparabrisas, que llevaba el motor incorporado por la parte interna del cristal, podía moverse, bien eléctricamente o a mano. Bajo los asientos delanteros, disponía de sendos huecos de bastante cabida, en los que se podían alojar herramientas o cualquier otro pequeño paquete. En el exterior de la parte trasera, una cubierta que formaba parte de la carrocería, alojaba la rueda de repuesto. La totalidad de accesorios que informaban al conductor de los mas elementales datos sobre el vehículo, eran: Cuentakilómetros-Velocímetro, amperímetro y un indicador de combustible -con un simple Full o Empty-. Las luces se conectaban mediante una simple llave que tenía varias posiciones. Posteriormente yo le instalé un termómetro para conocer si el agua del radiador estaba demasiado caliente en verano y debía parar o bien si me cogía en carretera, acelerar pues al ser la refrigeración por termosifón, al ir mas deprisa, pasaba mas aire a través del radiador y se enfriaba más.

Contaba con puesta en marcha eléctrica, pero también se podía arrancar a manivela y dado su estado de ajuste perfecto, con solo girar aquella un cuarto de vuelta, empezaba a funcionar el motor acompasadamente. Otros elementos, no estaban en tan buen uso y hacían de su conducción un campo abonado para guardar anécdotas.

Quizá una de las mas jocosas, fuera la que después de conocida la solución, resolvía un percance, que sin llegar a avería, era habitual en épocas de calor. Después de tantos años de uso, en alguna reparación, bien por olvido o rotura, dejó de instalársele una chapa que aislaba una parte del tubo de escape de la bomba de combustible. En verano, al acentuarse más aún la temperatura ambiente, la membrana de que iba dotada la bomba mecánica de combustible, dejaba de trabajar y el coche se paraba por falta de alimentación. En aquella época, para llevar un coche sin percances, había que entender algo de mecánica y una tarde, un taxista que conducía un viejo Citroën B-14, me explicó la manera de que la dichosa membrana de la bomba, volviera a enviar combustible al carburador. Un simple trapo mojado, colocado por fuera en la parte superior de la bomba de gasolina, enfriaba el metal y hacía trabajar adecuadamente el mecanismo. La verdad es que en aquellos tiempos; con unos alicates, una llave inglesa, un destornillador, un trozo de alambre y un par de bujías de repuesto, se podía afrontar emprender un viaje. Otra de las averías habituales, solía ser que la gasolina venía mal filtrada y alguna impureza atascaba el carburador. Esto, se solucionaba facilmente, quitando la tapa, sacando la boya, desatornillando un chiclé y soplándolo para quitarle el atasco... Por supuesto, las I.T.V. no existían y cada cual, llevaba su vehículo en el estado de conservación que consideraba suficiente.

Hoy, hay numerosos talleres que diagnostican con precisión casi mágica, cualquier disfunción que pueda surgir en los múltiples elementos, que componen los conjuntos electrónicos con que van equipados los actuales y veloces automóviles, pero entonces...¡Ah, entonces! Un simple trapo mojado con agua, volvía a poner en marcha el pequeño coche...que aunque ahora no lo parezca, era muy sofisticado para la época y el sector en el que estaba englobado por su cilindrada y sus características. Una última observación. Las dos puertas, tenían cerradura, pero no así el capó, que era practicable por los dos lados verticales y se podía levantar para hacer cualquier revisión, cerrándose simplemente con unos pestillos sin cierre alguno de seguridad. En aquellos años, se podía dejar el vehículo aparcado en casi cualquier lugar y aún pudiéndolo abrir cualquiera, cuando volvías a recogerlo, no lo había tocado nadie. ¡Vamos, casi igual que hoy!

_______________________

No hay comentarios: