Paraíso de magia

Paseando junto a torres,
que copiando a la Giralda,
bajo los adobes árabes,
esconden piedras romanas
y espadañas de conventos con huecos para campanas,
justo al lado de unos claustros,
en los que la paz se para
y al pie de sombríos cipreses;
veo rosales trepadores,
con un aroma que embriaga...

En ese lugar precioso,
una Sevilla, nos habla.
Y andando por las plazuelas
rodeadas de ventanas,
que amparadas bajo rejas,
misterios celan y guardan,
voy luchando con mi cuerpo que se me queda sin alma.

Cuando me encuentro en Sevilla,
-no importa que yo sea ayer
y lo que mire mañana, ni quizá que del revés-,
yo sentiré como ayer,
imaginando....
porque mirando hacia atrás, en el tiempo,
vagando entre callejuelas bajo unos hierros de forja
o escudos en relieve sobre lápidas...
Leyendo sin prisa alguna
leyendas que quizá tan sólo fueran
poéticas palabras...
¿Qué me importa, si para darles vida
me es tan sólo necesario pasearme por sus plazas?...

Allí, me imagino todo:
Itimad bajo la luna,
Almutamid en el Alcázar;
al rey don Pedro primero, cortejando a alguna dama...
Quizá, doña María de Padilla
abriendo una celosía de la Torre de la Plata,
mientras otra enamorada desde la Torre del Oro,
melancólica,
ve pasar muy lenta el agua...

Y sin parar un segundo; la clepsidra seguirá filtrando
uno a uno sus granos de arena,
de mi tiempo que se marcha...
Y el Guadalquivir cursando,
sin marea,
incansable hasta llegar,
-que es principio de otra cosa-,
ahora arriba, abajo ahora, paralelo a nuestra vida
que comienza, llega y pasa...
Y tras un camino largo, como el suyo,
se desea llegar al mar...

Pero aún sobre el agua, o la piedra o el adobe viejo,
otro elemento se impone sobre esta luz tan clara.
Y ese que en la luz encarna,
no es otro que el verde de las plantas.
Es el oscuro verde de árboles añosos,
que sus tonos en contraste mezclan,
pugnando las especies
en belleza, longevidad o fragancia.
Esbeltos o de grande sombra;
castaños indianos, laureles, acacias,
sauces, también naranjos agrios
derramando azahar, para que así conozcan
lo que es el blanco de la nieve,
generaciones que no han visto una nevada...
Estiradas palmeras, piñoneros pinos
entre moradas jacarandas,
traídas de allende de los mares,
cuando puerta de las Indias eras
y en tu puerto, bergantines artillados
con el Pabellón de España desafiante a todos,
bien alto, en su palo mayor enarbolaban...
Y fragantes magnolios protegiendo con sus ramas
olorosas violetas que en el suelo
perfuman el aire que pasa...
Y el boj con rosales y jazmines trepadores
se disputan con la hiedra las almenas
y los rincones de paredes encaladas....

¿Quién no se ha sentido alguien
regalando una moña de jazmines
una tarde a su enamorada?

Y es que la ciudad nos llega por la vista,
por el aroma
y por las palabras....
Y si éstas son vibraciones de las que fuerzas emanan,
deambular por esta tierra;
viendo, oliendo, con los oídos abiertos
oyendo hasta los silencios de una tarde en la Maestranza...
es, recibir lecciones hasta del silencio
que no es negación sino un todo
concentrado en nada.

Y el vivir aquí, captando a tope
la catarata inmensa que en esta tierra sabia
nos legaron los ancestros;
sedimentando en ella una cultura tan varia,
tolerante como pocas y de múltiples substancias,
no es que sea una cosa buena,
¡es que otra no la iguala!
Esta es la única tierra, donde terminar es grato,
para en amalgama cálida,
como ansioso enamorado
tenerla siempre abrazada,
y fundir eternamente esta tierra con tu alma...

Y sintiéndote paisaje, al que uniste lo que eras,
ya estarás en todo siempre,
porque serás, siglo tras siglo:
Aire, luz, sonido, piedra,
puente, arena, agua, río,
fruto, materia, idea, planta...
Quedando el camino abierto para los que sigan,
que días o siglos más tarde,
llegarán con el ánimo dispuesto,
para así poder también sentir el gozo,
de disfrutar lo recibido y transmitir después,
a los que vengan,
que llegarán confiados
en llegar a ser ellos también,
parte integrante
de este Paraíso de magia...




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Ixbilia, otoño del 2001