"El mico". Minicapítulo V

"El mico", sigue sentado en el banco del parque. Continúa con sus pensamientos que de vez en vez se cortan al saludar a alguien habitual como él en aquel lugar. Pasan personas, algunas con perros y esto le da un nuevo motivo de reflexión. Piensa que los dueños de los perros acaban teniendo una expresión parecida a la de sus animales, o al revés, quizá, pero cree que esa analogía existe. Por ejemplo, hacia mediodía suele pasar por allí, una buena moza que lleva un precioso dálmata, lleno de manchas negras sobre su limpia piel blanca. Mas tarde, pasa un perfumado personaje que pasea a dos diminutas perritas, que temerosamente protege entre sus brazos en el momento que piensa tan solo que otro perro puede acercarse a ellas. Hay una pareja de jóvenes, que llevan dos perros de raza boxer, muy alborotadores, que corren muy alegres alrededor de sus dueños. Cree firmemente, que en cuanto tengan hijos -la pareja humana, claro- se despreocuparán de los perros sin más, con la inconsciencia de alguna juventud. Hay más aún, como el labrador que lleva un personaje mal encarado, que suele tratarlo bruscamente y que en cuanto ladra, sufre tirones secos de la traílla. Había señoras, que llevaban diferentes perros, de mayor o menor tamaño, así como algunos otros señores, que paseaban en unión de pastores alemanes o dogos. Mas de cincuenta perros pasaban todos los días por allí, mientras él estaba . Manolito, entre otras cosas, calculaba los kilos de deshechos que quedarían en los paseos estos animales al cabo del año y llegaba a cifras verdaderamente altas.
Al parque, acudían todos los días tres señoras ya mayores, que indefectiblemente formaban tertulia con otros jubilados, que según hiciera calor o frio, buscaban bancos de sombra o en los que diera el sol. Parece que se entretenían bastante unos con otras y viceversa, a tenor de las carcajadas que a veces el viento y la no excesiva distancia a la que se encontraba de ellos, le hacían percibir retazos de conversaciones. Invariablemente, hablaban de tres temas: dinero, dolencias y cosas que según ellos habían vivido en su juventud. A estos últimos temas, le seguían carcajadas y risitas contenidas, lo que le inclinaba a pensar que se trataba de asuntos algo escabrosos. Tras ello, se quedaban callados a veces y "el mico" pensaba que a pesar de su reunión, se encontraban cada uno de ellos, más solo que él, porque él al menos, no tenía que inventarse mentiras, como posiblemente fueran la mayoría de las cosas de las que presumían haber tenido o realizado. En el fondo, a pesar de que aparentemente vivían con menos dificultad, Manolo sentía algo de lástima de ellos. A las dos de la tarde, al dar las campanadas el reloj de torre de un monasterio cercano, se deshacía el grupo y cada cual se retiraba a su casa hasta el día siguiente.
Una de esas mañanas, observó cómo en el banco en que habían estado sentados, se habían dejado olvidado un pequeño paquete. Al acercarse, vió que se trataba de una carterita con papeles. "El mico" los llamó para avisarlos, pero o no le oyeron o no le hicieron caso y abriendo la carterita, vió que tenía algún dinero, así como la tarjeta de la Seguridad Social de una señora y unas fotografías de varios niños pequeños. Ni rastro de señas o cualquier dato para poder localizar a su propietario, así que se la guardó hasta el día siguiente en que al verlos, se la entregaría.
A la mañana siguiente, hacia la una y cuarto, cuando el grupo habitual estaba completo, Manolo se acercó a ellos y mostrándoles su hallazgo, les indicó les había llamado cuando se marcharon el día anterior, pero que posiblemente no le habrían oido. Una señora de entre ellas, se levantó y le dió las gracias y abriéndola como sin darle importancia, se sorprendió de que estuviera allí el dinero que había. Miró directamente a los ojos a "el mico" y aunque no hizo un comentario sobre ello, él, sabía lo que estaba pensando. La señora, agregó que lo que mas agradecía era haber recobrado las fotografías de sus nietos y continuó, indicándole podía quedarse con el dinero que allí guardaba, lo que Manolo, rechazó con una sonrisa. La señora, preguntó entonces:
-¿Y cual era su profesión?
-Señora, yo he hecho casi de todo; carpintero, militar, betunero, y un largo etcétera, y para aprovechar mejor el tiempo, también he estado una temporada en la cárcel, pero vamos, no le haría ascos en este momento, hasta hacer de monaguillo.
-Hombre, la verdad es que para eso último está usted algo crecidito. ¿no cree?, pero de otra cosa, a lo mejor yo puedo buscarle acomodo, porque lo que si es cierto, es lo que no ha citado y que para mí, tiene más importancia, que tiene honradez.
-Al menos, señora, lo procuro, porque si nó, seguiría igual de pobre y encima carecería de dignidad.
-Dice usted muy bien. No crea que voy a olvidar este asunto. En unos días, espero poder darle alguna buena noticia, pero ahora, le ruego que me acepte esta pequeña cantidad que hay en la carterita para que se tome un café con algo.
-Gracias, señora, pero no es necesario, porque a mí me dan de comer gratis y me alojan también, sin que tenga que abonar nada. Si me facilita un sitio donde pueda trabajar, sería yo el que le quedaría muy agradecido y ahora, queden con Dios, que debo marcharme al comedor asistencial, en el que me dan de comer y hoy ya voy un poco retrasado.
Doña Laura -que así se llamaba la señora- quedó muy agradablemente sorprendida de la actitud del mendigo y cuando regresó a su casa, comentó con su familia el suceso. Su yerno se ofreció para darle un empleo de mozo, en el almacén, pero ella pensó que era poca la fortaleza física que aparentaba tener el mendigo, por lo que pensó sería mejor hablar con don Miguel, un sacerdote conocido, que estaba haciendo una obra social en un barrio marginal y que para sorpresa de muchos, a pesar de las pocas ayudas que recibía, estaba logrando hacer cosas muy tangibles, como una guardería, una escuela, una capilla, una pequeña cooperativa de confección y sobre todo lo mas importante, llevar a aquel lugar, considerado por todos como irredento, la esperanza de que un día no demasiado lejano en el tiempo, podrían mejorar entre todos aquella condición marginal. Así que tomando el teléfono, marcó el número de la pequeña casa que actualmente hacía funciones de , capilla, colegio, taller y vivienda de don Miguel y al descolgar aquél, inició la conversación:
-Buenas tardes. ¿Don Miguel? Soy Laura Martín.
-Buenas tardes. Sí, soy yo. Dígame.
-Verá. Se trata de enviarle a una persona que me ha parecido de buena fe y que precisa ayuda. Además, me ha entregado un monedero que extravié, sin tocar ni un céntimo de lo que allí había.
-Pues, mándemelo usted, que aquí son bienvenidas todas las personas que tienen buena voluntad.
-Mañana hablaré con él y espero que le visite en uno o dos días . ¿Qué autobús debe tomar?
-Dígale que tome el 137 y que le diga al conductor, que le pare en el cruce del camino de la yegua. Que cuando llegue por él a una empalizada, entre y al primero que vea, le pregunte por mí.
-Así se lo diré y para que sepa que es la persona que le hablé, llevará una tarjeta mía. Ya me dirá si ha podido hacer algo por él.
-No tenga la menor duda de que si él lo desea, aquí habrá sitio para él. Ya le contaré.
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"El mico". Minicapítulo IV

Han pasado varios años. "El mico" está sentado en uno de los bancos que están alineados en los viales de aquel parque urbano. A su alrededor a aquellas horas, hay un bullicio que le distrae de sus negros pensamientos. También de sus reiterativos; " si hubiera hecho aquello o no hubiera dejado pasar aquella circunstancia". se encontraba allí una buena parte del día, sin influir para nada la lluvia o la bonanza del mismo. Sus días, pasaban uno detrás del otro; iguales, monótonos, sin una ilusión que pudiera iluminar el siguiente del mediocre que se terminaba y le antecedia. Alguna vez, pensaba que si no supiera pensar, sería más facil todo, porque en el Albergue en que estaba actualmente, había otros desgraciados como él, que ni sabían que vivían y consideraba que no darse cuenta de a donde había llegado, era una liberación.
Sus problemas empezaron, cuando nació. Estaba cierto que había tenido la "suerte" de que su padre fuera un ser elemental que nunca le quiso bien. Después, vivió una época en que creyó podía enderezar su vida, pero cuando estaba a punto de teronar su Servicio Militar en Melilla, tuvo la desdichada ocurrencia de dejarse seducir por el posible dinero facil de la droga y con aquello, se enfangó hasta donde ya no pudo levantar cabeza. Hizo varios viajes a la aldea de Saima, con relativas buenas ganancias, pero llegó un día en que los asaltaron cuando volvían y además de propinarles a Camilo y a él, una paliza de muerte, mataron a Saida y después, aunque tuvieron la suerte de que no les acusaran de su asesinato, él quedó cojo y andaba desde entonces con una especie de saltitos -de ahí su apodo-. Cuando se repuso, tuvo que pasar dos años en prisión por la denuncia que presentaron contra él, personas que habían perdido drogas y dinero que le habían confiado. No lo hicieron a las claras, pero lo cierto es que se vio envuelto en problemas, que agravado por estar sujeto al Fuero Militar, dieron con sus huesos en la prisión del monte Hacho. A Camilo, le fue peor. Como resultado de la paliza, quedó paralítico y en cuanto tuvo una oportunidad, se ahorcó.
Cuando terminó la pesadilla, volviuó a la Península, pero no a su pueblo. Su madre ya no vivía y su padre, jubilado de la Guardia Civil, no quiso saber nada de él. Manolo, ya convertido en "el mico" empezó el largo peregrinaje por Hospitales, albergues, casas de acogida y otros centros para indigentes como él. Una temporada, estuvo en un Centro para rehabilitación de drogadictos y allí aprendió a tallar rústicas figurasen madera, que algunas veces, lograba vender, aunque lo cierto es que casi siempre acababa regalándolas porque nadie se las compraba. En ocasiones, hacía cucharas o tenedores para la cocina, pero la gente pasaba por su lado y ni le miraba siquiera. Contaba con una pequeña pensión asistencial y comiendo en los comedores habituales para los desfavorecidos por la fortuna, iba manteniéndose. Semanalmente, recogía ropa limpia en Cáritas y logrando que su aspecto fuera humilde, pero digno.
Tuvo una época en la que viajaba, pero ya, se le cansaban las piernas y dejó de hacerlo. En ocasiones, ejercía de guardacoches en una calle sacándose algún dinero, pero llegó otro mas fuerte que él y le obligó a marcharse, amenazándole con ropmperle la pierna sana si volvía por allí. Se hizo una caja de limpiabotas y empezó a ejercer la nueva profesión, buscando los lugares en que personas dedicadas al comercio o al chalaneo, desearan que les limpiaran los zapatos. También lo dejó, después de que pasaran cuatro angustiosos días en los que nadie le pidió que le lustrara los zapatos. A continuación, estuvo en un mercado para llevar y traer encargos, pero decían que era muy lento y no le enviaban casi a ningún sitio. Intentó también, vender los periódicos de los indigentes, pero vendía muy pocos. Trató de limpiar los parabrisas de los coches en un semáforo, pero tambiuén aquí era necesaria más agilidad de la que él tenía y tuvo que apartarse de este trabajo. Por último, pensó que como no servía para nada, se dedicó a pensar y a dejar pasar las horas entre comida y comida del albergue. Para lo único que al parecer servía era para pensar en donde su falta de rapidez, era mas conveniente que perniciosa.
Hablaba poco y a pesar de todo, sonreía a veces cuando miraba con mirada profunda cualquier cosa. Pensaba mucho y a pesar de ello, no encontraba la manera de ganar algo de dinero para subsistir. A su alrededor, veía la vida pasar en numerosas formas distintas: niños jugando alocadamente, con algunas caidas, consoladas por sus mayores. Parejas cada vez más jóvenes que se abrazaban en cualquier rincón. Se les veía con ilusión en los ojos, que sin embargo al pasar a su lado, fingían ignorarle. Otras personas, llevaban perros a pasear y él pensaba que estarían mucho mejor atendidos que él lo estaba, pero eso no le amargaba en absoluto. Había asumido su situación y sin ser felizpensaba que alguna función tenía que tener en la vida áun, si seguía vivo, aunque tuviera que seguir arrastrándose como lo estaba haciendo ahora. Buscaba su por qué, aunque no lo encontraba. En ocasiones, pensaba que la frase de su padre: "en espera de destino", estaba vigente y que a él, sencillamente no le había llegado aún el suyo, pero que en cuanto la oportunidad pasara por su lado, la tomaría. Todos los días se levantaba pensando que ese sería el día en que la suerte pasaría por su lado, solamente, que hasta ahora no le había llegado.

"El mico". Minicapítulo III

Días después, al visitar a Saida, ésta le dijo que si tuviera más dinero, podrían hacer un buen "negosio". También, que después ya podría estar siempre que quisiera con ella y no le volvería a pedir nada. Agregó, que no tenía ni idea de la gran cantidad de dinero que podrían ganar con aquella inversión. Después de mucho hablar, le contó que se trataba de ir a la aldea de donde ella procedía a comprar hahchis y luego venderlo en el bar que su hermana y ella solían trabajar, pero que necesitaba tener por lo menos cincuenta mil pesetas. Ante su cara de asombro ante la cantidad, ella se apresuró a decirle:
-Por esas sincuenta mil, sacaríamos lo menos cuatrocientas mil, porque allí en mi pueblo me conocen y me lo venderían barato. Yo no tengo ese dinero y además si me ven ir sola, al regreso me lo quitan y a lo peor hasta me dan una paliza en el camino de vuelta.
Manolo, sencillamente se acojonó, pero disimuló como pudo, aún pensando que esa aventura no era para él, pero lo de las cuatrocientas mil pesetas, le revolvía el estómago y le producía un cosquilleo importante y aunque sabía que tendría que confiar en Saida para la venta y el reparto, le pareció interesante el tema, siempre que hubiese otra persona de su confianza, que bien podría ser su compañero de guardias y cocina Camilo. Éste, era un hombrachón de casi dos metros, que quizá por su corpulencia, en contraste con la poca entidad que representaba Manolito, se había hecho muy amigo de éste. Era tan grande y forzudo este compañero, que le habían apodado Camulo, jugando un poco con su nombre y la apariencia de bestía que tenía. En el fondo era un buenazo y algo bobalicón, pero físicamente era un atleta.
Al principio de proponérselo a Saida, ésta puso pegas:
-Mientras más seamos, a menos salimos en el reparto...
-Sí, pero mas vale algo de menos, que nada de mucho, porque si a la vuelta nos pueden atacar, mi compañero es una buena compañía dada su extraordinaria fuerza. Te aseguro, que tiene la fuerza de lo menos trés hombres juntos. Ya lo conocerás, pero eso sí, delante de mí, pocas confianzas con él.
-Mira, Manuel: En mi cuerpo mando yo y no aguanto a nadie que me tenga que decir lo que hago o dejo de hacer. ¿vale?
-Yo lo único que te digo es que no nos enfrentes, porque él, es amigo mío pero es muy bruto y si se toma una botella o dos de coñac, no hay quien lo pare y tu no tienes que tontear con nadie mientras yo esté aquí. Luego, haz lo que quieras, que en eso no me meto ni me importa.
-Quizá me equivoqué contigo. Estamos hablando de ganar un dinero y tu vienes con celos idiotas de una como yo, que va con quien le interesa. Si tu no me sirves, lo haré con otro y tu te lo pierdes. Si quieres que venga tu amigo y es como dices, que sea así y luego cada cual que se gaste su dinero como quiera, como si tu después te lo quieres gastar conmigo o no, eso es cosa tuya, pero lo primero es el negosio. ¿queda claro?
-Oye, Saida, otra pregunta.¿por qué ya hablas bien el castellano y ya no "morita te va a hasé felí?
-¿También te vas a meter en como hablo? Vete a buscar dinero y si no no podremos hacer este asunto.
-Hasta dentro de unos días, prenda, que estás hecha una buena prenda.
Manolito, se marchó, poniendo al corriente a Camilo del asunto, decidiendo los dos, seguir haciendo sus servicios retribuidos y cuando tuvieran las cien mil pesetas, ir a preparar el viaje con Saida.
Mes y medio después, pudieron visitar a la mora, que muy sonriente, les recibió, guardando su dinero, aunque esta vez, no en la caja de lata que solía, sino entre unas ropas, conviniendo pedir unos días de permiso y en el momento que los tuvieran acordar el día de salida. A Saida, le agradó Camilo, dado lo fuerte que aparecía y la seguridad que podía tenerse, llevándolo por compañero, lo que dió también una cierta seguridad a Manolito.
Una vez, con el permiso para el lunes siguiente, acordaron que el viaje les llevaría unos cuatro días; uno para ir hasta la aldea de Saida, cercana a Xauen. Otros dos para estar y hacerse con el hahchis, empaquetarlo bien y despistarlo entre algunos otros bultos y el cuarto para regresar.
También, hubo un ligero cambio de planes, al insistir Saida que fuera en el viaje su hermana Aimée, ya que según ella, era mejor ir dos parejas que una marroquí con dos españoles. También para que la conocieran, ya que las partes a hacer de la ganancia serían cuatro y no trés.
Manolo preguntó:
-¿Y vuestro dinero, donde está?
-Ya te dije-contestó Saida-, que nosotras ponemos todo menos eso. Y luego además, habrá que venderlo, mientras los señores, ya han hecho todo lo que tenían que hacer.
-Vale. Hasta pasado mañana.
-Sí, pero vosotros, pasar antes que nosotras, que así será más facil. Esperarnos después del Puesto de Control. Hacia las once allí. ¿De acuerdo?
-De acuerdo. Hasta entonces.
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"El mico". Minicapítulo II

Al faltar su hermana Benedicta, el trabajo de la casa recaía totalmente en su madre y por ello, ésta y su padre, pensaron enviarlo un tiempo con su abuela materna, que vivía en un pueblecito también pequeño, de la sierra de Huelva. Su abuela, era una mujer bastante mayor, muy afable y cariñosa a la que nunca se le borraba la sonrisa de la cara. También se llamaba Benedicta. Vivía sola desde que enviudara hacía más de quince años, de su abuelo Martín, con el que compartiera el trabajo en un pequeño bar, que ahora tenía alquilado y cuya pequeña renta mensual, le daba para vivir sin estrecheces, pero también sin excesos. Se había quedado en el pueblo y aunque tenía otro hijo trabajando en Barcelona, éste venía solo unos días en el verano, coincidiendo con las fiestas. La madre de Manolito, según los destinos que había ido teniendo su marido, había estado casi siempre lejos de su pueblo natal, siendo ahora, la excepción, ya que estaba a poco mas de doscientos kilómetros. Cuando habló con su madre y le preguntó si podría quedarse un tiempo con su nieto, la abuela Benedicta se alegró mucho, yendo de inmediato a hablar con el maestro para ver de que no perdiera tiempo en sus estudios.
Los primeros días, fueron algo difíciles para nuestro forastero, al que costó hacerse al lugar así como a los nuevos compañeros de clase, pero al poco, acabó haciéndose con bastantes amigos, a los que enseñó juegos diferentes a los que ellos conocían y se hizo muy popular. Por otra parte, su abuela no le reñia nunca y estaba muy a gusto allí. Una sola cosa echaba de menos: a su madre.
Llevaba ya allí dos o tres semanas, cuando una tarde, al llegar el autobús de linea, se llevó la mas alegre sorpresa que podía haber imaginado. En una ventanilla, vió a su madre y a su hermana Carmen. Era la alegría mayor que podía haber tenido nunca. Casi se puso a llorar de la emoción. Luego, en vez de ir a abrazarlas, fue corriendo a casa de su abuela a darle la noticia. Al poco, estaban los cuatro fundidos en un abrazo fuerte, fuerte, interminable y con una intensidad que no se le olvidó jamás. Nunca olvidaria la mano de su madre, acariciando su cabeza, tratando de poner un poco de orden en sus cabellos desordenados, llenos de polvo de sus correrías por el campo. Pero, claro, aquella había venido solamente a verle unos días y estos tres o cuatro, pasaron muy pronto y otra vez se tuvo que marchar, aunque ahora, también se quedó junto a él con la abuela Benedicta, su hermana Carmen. La abuela por un lado y ellos junto a ella, sentían a la vez aquella marcha...
Parece mentira, lo largo que fueron los años que siguieron, llenos de cambios y lo pronto que ahora podría despacharlos en tres o cuatro frases, pero esa es la realidad. Después, casi todo fue triste y cuando nó, monótono y desilusionante. Muertes en la familia y otros amargos tragos, que ya no quería recordar.
Se vió mas tarde en Melilla haciendo el servicio militar. Como todo, al principio le fue dificil. Luego se fue haciendo al medio y digamos que iba pasando el tiempo. Muchos días, haciendo servicios de guardia y otros de provisiones en la cocina. Luego, le fue cogiendo el aire al tema y hasta le gustaba hacer servicios que le correspondían a otros -eso sí, cobrando un dinero a cambio-. Se aficionó luego a ir con una mora de nombre Saida, que le sacaba todo el dinero que tenía y que era muy cariñosa con él, hasta que se le acababa el dinero. Entonces, le decía:
-Tener que irte. Tu comprender. Si tu no dinero, volver con morita cuando tener.
Y Manolito se iba, hasta que pasados quince o veinte días haciendo guardias y servicios diversos en lugar de otros, además de los que le correspondían a él, juntaba unas pesetas, que iban directamente a la caja de lata en la que la morita Saida, guardaba sus ganancias.

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"El mico". Minicapítulo. I

El Mico, no se había llamado siempre así. Llegó a ello, después de bastantes años. Había sido el cuarto hijo de un cabo de la Guardia Civil llamado Manuel, que ejercía como Comandante de puesto de un pequeño lugar de la provincia de Córdoba. Se llamaba como su padre, pero su retraso en el crecimiento, le proporcionaron el de Manolito. Acostumbrado a la disciplina férrea a que su padre le sometía, debía no pocas amnistías de castigos y tortazos a su madre, de nombre Benedicta.. Sus tres hermanos mayores, eran tres niñas, llamadas: Benedicta, Carmen y Susana.. Se llevaban un año entre ellos y cuando él tenía siete, la mayor, murió de pulmonía. Carmen tenía una pequeña deficiencia al hablar. Susana por el contrario, era muy bella. Él, era -según su padre- el único que mantendría el apellido, pero bastante enclenque por naturaleza, no despertaba demasiadas simpatías en su progenitor. Su madre, intercedía siempre que podía, pero su padre, a la menor ocasión, parecía descargar en él sus frustraciones.
Manolito era bajo para su edad, pero a la vez parecía muy vivo de inteligencia y de él decía el Maestro, que podría estudiar con aprovechamiento. Su padre, pensaba que debía ingresar en cuanto tuviera la edad mínima en la Guardia Civil, pero a la vista de su poco desarrollo físico, había veces que pensaba no lo darían siquiera por apto para ello. De todas maneras, decía a quien quería oirle, que "mientras no creciera, estaba en espera de destino". A él, no le apetecía en absoluto ese destino y prefería arrimarse al cura y ayudándolo en la Misa, lo podíamos encontrar a diario. A su padre, no le hacían demasiada gracia las aficiones del hijo, pero como las notas de la Escuela eran buenas, no podía oponerse del todo a que frecuentara a diario la iglesia, aunque pensara que estaba perdiendo el tiempo. Su madre por el contrario, lo animaba a que acudiese allí y se mostraba muy contenta cuando los domingos lo veía en la Misa ayudando al Párroco. En esos días, viendo a su padre de uniforme y a su madre con sus hermanas, se sentía importante, sobre todo, cuando al reservar el Santísimo, un humo oloroso salía del incensario que le ofrecía al celebrante y que éste con dos o tres movimientos precisos, hacía salir en un momento.
La vida de Manolito, era muy sencilla. Todos los días excepto los de fiesta, idas y regresos desde su casa que estaba dentro del cuartel, a la escuela y a la iglesia. En ésta, se encontraba a gusto, a pesar de que no tenía excesiva afición a los santos y mucho menos a la vida austera que llevaba don Jerónimo -el cura-, pero era el sitio donde menos le obligaban a hacer nada que no quisiera hacer. Don Jerónimo, lo estimaba mucho y trataba de ayudarle en los deberes, aunque últimamente se estaba volviendo algo pesado, insistiéndole en que se decidiera a estudiar unos años en el Seminario, para llegar a Sacerdote y eso a él, con no poder casarse, no le hacía demasiada gracia. Su madre le animaba, y veía con satisfacción esto consejos del cura, pero a él no le agradaban y acabó por dejar de ir por allí. Y eso que hasta cuando tenía que contestar en latín algunas preces, lo hacía sin cometer demasiados disparates...
Cuando murió su hermana, se quedó muy triste y le preguntaba al cura, que por qué Dios se la había llevado. Aquel, le decía que porque la quería mucho y entonces, Manolito replicaba:
-Pues yo no quiero que me quiera entonces a mí.
El cura hacía como que se enfadaba y le preguntaba:
-¿Pero qué sabes tú, de los planes de Dios?¿Cómo te atreves siquiera a pensar eso?
-Don Jerónimo, yo no quiero morirme.
-Pero, bueno, ignorante. ¿No crees que lo que tu quieras o nó, nada tiene que ver con los designios de Dios en Su inmensa sabiduría?
-Don Jerónimo, yo no sabré nada y mi padre dice que no sirvo para nada, pero no quiero morirme como mi hermana...
-Manolito: Dios es nuestro padre y Él sabe siempre lo que mas nos conviene
-¿Y por qué entonces mi hermana se ha muerto?
-No te quepa la menor duda de que ha sido lo mejor para ella aunque no lo comprendamos.
-Pues yo no lo entiendo, porque si hubiera sido mi hermana Carmen, que tambien decía mi padre que no servía para nada...pero Benedicta que ayudaba a mi madre en casa tanto...
-Eres un completo botarate y no me extraña que tu padre diga esas cosas de tí. Vamos a rezar unas Aves Marías y verás como te quedas mas tranquilo. Dios te salve, María....
-Don Jerónimo, yo creo lo que Vd. me dice, pero no quiero morirme y no se por qué se ha tenido que morir mi hermana, pero si es así, ¿por qué no le dice eso a mi madre para que deje de llorar todo el día y a mi padre para que en vez de estar malhumorado siempre, se ría en vez de pagar conmigo su tristeza?
-Eres mas bruto de lo que creía. Si sigues así, no vas a poder entrar en el Seminario. Anda, vete a casa y piensa lo que te he dicho, pero antes, recemos esas tres Aves Marías...
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Pensamientos breves.

Anoche, primavera anticipada.
El ambiente saturado de olor a azahar.
En la calle, una cofradía
con nazarenos de capa blanca
y capirotes morados o verdes.
Frente al mío, un balcón espacioso
donde hasta hace poco,
una generación, de árboles añosos,
cobijaba a otras dos.

Lo miro y me entristece,
verlo cerrado, apagado y solo,
con tanto sitio sobrante,
en contraste con las risas de los hijos,
las travesuras de los nietos,
al mas pequeño de los cuales
la abuela sujetaba con temor;
no fuera a caerse de sus brazos
llenos de amor.

Anoche, no había nadie...
¿Cómo es posible,
que solo faltando una
de las tres generaciones y
habiendo tanto sitio para ocupar
esté vacío aquél balcón?...

Pasaban nazarenos y al ir encapuchados,
no se veía quien faltaba.
Las filas discurrían llenas como siempre.
No se notaba el relevo,
pero arriba, en aquella terraza
ya sin colgaduras y vacía,
nadie había ocupado
el sitio de la primera generación...

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Palmera y ciprés




Tras la gruesa pared que trataba de aislar del mundo el viejo convento, vemos el enorme contraste que forman al estar juntos, dos árboles tan dispares; no solo en forma sino en las imágenes que llegan a nuestro pensamiento al contemplarlos.

La palmera, nos ofrece desde su cúpula casi esférica, las flexibles mecidas de sus ramas por las que se filtra la luz y el aire. Necesita una poda regular porque si nó se realiza, el tronco queda poco vistoso. Su madera fibrosa, es de dificil combustión. Es una especie longeva pero precisa muchos años para llegar a ser esbelta. Después, con el paso del tiempo, a veces se estrecha a cierta altura y algún viento mas fuerte de lo habitual que sople con violencia, llega a troncharla. Su fruto, es delicioso y dulce. Es un árbol, alegre y festivo. Sus palmas, secas y trenzadas, sirven de adorno en balcones y también son parte principal en una procesión que anualmente conmemora la entrada de Jesús en Jerusalem. Nos trae de inmediato, imágenes de paisajes desérticos en los cuales se reproduce muy bien, en cuanto encuentra algo de humedad. En las zonas menos frías de Europa, se desarrolla profusamente en paseos y jardines. Es famoso por su abundancia en especies, el palmeral de Elche en el Levante español.

El ciprés con su silueta fusiforme hacia lo alto, es el árbol severo que desde los tiempos antiguos se colocaba para adornar y delimitar algo concreto, al tiempo que le proporcionaba un poco de fijeza en el tiempo. En España desde tiempos antiguos los encontramos a lo largo de las calzadas romanas. Esas que desde hace dos mil años conservan aún losas bien ensambladas, por las que circularon; legiones enteras, buhoneros, artistas del circo, esclavos o cuádrigas. Esas que facilitaban el recorrer las enormes distancias que con los medios de entonces, separaban más si cabe Tarraco, Emérita o Itálica de Roma. Y allí, estaban como testigos de siempre, los sobrios cipreses que cuando llueve, exhalan desde su corteza un aroma a esencia grato y reconfortante. También se emplean como símbolos de eternidad en cementerios, dada la durabilidad de su madera, que como contraste entre tristeza de muerte y alegría de vida, se usa para la construcción de guitarras, a las que al parecer confiere un extraordinario sonido. Sin embargo donde el ciprés deja de lado su ocasional tristeza, es en Granada. Allí, en los jardines creados por los andalusíes que los rodearon de mirtos y arrayanes, acantos y rosales, aún hoy, perfuman el ambiente y se integran en el paisaje, haciéndonos creer que han estado allí desde que el mundo es mundo.
Esta tarde en mi paseo, al ver juntos ambos ejemplares, tan distintos, tan bellos y los dos ya con bastantes años, pensé: ¿verdaderamente son tan diferentes?
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Espadaña blanca



Bonita
espadaña
blanca.

Nada
te falta.

Tienes
tres
campanas.

También
una
antigua
carraca
que hace
muchos
años,
se hacía sonar en las tinieblas
de Semana Santa
cuando callaba el bronce...

Una airosa veleta
te corona
y señalándonos el cielo
de un azul intenso,
se recrean nuestros ojos
al mirar
unas preciosas copas de
cerámica.

Azulejos brillantes
tu arquitectura resaltan.

Estás limpia y adornada.
Brilla la blancura
en tus paredes
albas.

Bonito farol
de forja,
en una esquina cercana
te enmarca.

Es cierto, nada te falta,
pero...
te sobra esa antena
junto a tí colocada,
que afea
y estropea
tu esbelta silueta blanca...

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Dondiego de noche


Humilde
flor ,
que roja
amarilla,
o blanca,
abres tus
cinco
pétalos
en bello
corimbo
en cuanto
la tarde
avanza.
Tienes el aroma intenso
que hace ensoñadoras
las noches de verano
-abrumadoras y cálidas-
con ese perfume que irradias.
Tu planta
de hojas labiadas
originaria de Perú o México,
recibe muchos nombres,
como el de
Mirábilis Jalapa.
Te clasifican como
una nictaginácea,
sirviendo a mas de un genético
-sin darte importancia-
y tu extracto,
vendido en farmacia,
fines terapeúticos
tiene en abundancia.
Antaño en villorrios de la vieja Hispania,
en sitios de la profunda Iberia
sirvió mas de una vez
para reirse, con humor negro
en un convite de viudos de campanillada
o novios con diferencias.
Y ahora que se confunde
el valor y el precio,
se desprecia la sencillez de tu belleza...
Siempre me gustaste, sencilla flor,
ensalzo tu fragilidad
y tu perfección estética.
Tú, que perfumas el ambiente
sin pedir mas que un lugar
en el que extender tu aroma...
Humilde flor tan bella,
blanca, amarilla o violeta:
Que tus hojas verdes,
-saliendo del bulbo en que
se refugia tu vida en invierno-
anuncien el nuevo y conocido
aroma del verano...
¡Vuelve una vez más, esta primavera!
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Consejo junto al mar.

Me vió el viejo marino
y me preguntó:
-¿Qué te pasa?.
Le contesté apenado
que como un viejo barco,
no podía ya con el peso del ancla.

Me dijo:
-No te preocupes, pide ayuda.
Sigue pensando en el horizonte,
aunque lo veas lejos
y creas que está a mucha distancia.
-No puedo con tanto peso.
-No te arredres.Olvida
los difíciles días nada mas pasan
y mira siempre hacia el sol que se levanta.
Con el nuevo día, siempre llega
la esperanza...
Además, si la vida es combate,
no es malo tener que luchar
para levantar el ancla.
Lo que no tiene remedio
es tener las cuadernas rotas
y quedarse varado en la arena
de una playa...

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El niño de los globos

Embutido en una camiseta vieja,
sus manos sucias y rápidas,
habilmente anudaban
los globos que su padre
-junto a él, en un carrillo-
inflaba.
-Bonitos globos modernos,
Flipper, Minnie,
Daëmon, Novita...
Dumbo con orejas grandes,
y hasta Mickey o Popeye.
Pregonaba en aquél parque,
con su aguda vocecilla...

Los niños se le acercaban
con sus padres y pedían:
-yo quiero aquél, amarillo,
-yo, aquél otro de Popeye,
-Papá, comprame el de Novita.

Los globos se iban vendiendo.
Quedaba uno de Daëmon.
Ahora se acercó otro niño:
-papá, ya no quiero el globo.
-¡hay que ver con este niño!.
Hijo, eres variable, -dijo el padre-.
-Lo tiene todo, -agregó la madre-.
El niño, callaba.
Miró al que vendía los globos.
Y éste, con su camiseta rota
y las manos sucias
de atar tanto globo,
le miró en silencio, mientras sonreía...

Era su manera de darle las gracias.
También de decirle que le agradecía,
le hubiera dejado
el último globo para que él jugara.

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Pensamiento breve


Paseaba.
junto al río.

Una nube
aislada
blanca
sobre él,
casi con
vibración
sonora,
me hizo
pensar
en Itimad.
Pensé que un día parecido,
quiza ella se había asomado
en donde estaba yo.
Quizá hasta se había mirado
reflejándose en el agua.

¿Se habría parado el agua para
admirar su cara?
¿Le habría preguntado algo?

Quizá, simplemente
se habría limitado
a seguir pasando...
Nó. Era imposible que hubiera
seguido ajena. a que su movimiento,
haría ondas, distorsionando
la imagen perfecta...
Sé que el agua se paró ese día
y que fue el único
en la rueda de los siglos,
en que la marea en Sanlúcar
hubo de esperar.
Al poco, se marchó la nube
a proyectar su sombra en otro lugar.
Se acabó la magia.
Y como sabía,
que no habría nuevos prodigios,
cabizbajo y ensimismado,
comencé a alejarme
sin volver a mirar...
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Una esmeralda

Una cálida noche de agosto
el cielo en el campo
se iluminó.

La lluvia de Perseidas
un instante pareció traer el día.

Miles de luminarias incandescentes
caían, fugaces caían.

Se quemaban en un gesto
de inmolación inconsciente.

Una, mayor que todas
estalló, iluminando todo
y con un chasquido,
llegó hasta el suelo,
contra el que velocísima chocó.

Pasé la noche imsonne
y al alba, busqué ansioso
el lugar del encuentro.

Había un cono invertido
en cuyo fondo
aún humeaba un trozo
de algo ennegrecido.

Sin miedo, pero preso de una extraña
inquietud,
lo tomé en mis manos
a riesgo de quemarme
y rascando la costra negra
de la ignición.
encontré el Paraiso
de un verde intenso...

Como los ojos que en mi recuerdo
un día tuve la suerte de besar, yo.

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Mi abuelo me contaba...

Tinieblas de callejuela.
Varias sombras se deslizan.
De pronto, caen sobre otra
que no se arredra
y una farola lejana,
un brillo a su espada arranca.

En notoria desventaja,
su acero entrechoca y para,
defendiendose de unos rufianes,
que en su mayoría basan
la cobardía de su ataque.

Al ruido, se ha incorporado
otra sombra, que ya iguala
-digo mal-
¡supera a aquellos infames!
en brío, en temeridad y audacia.

Tras varios certeros tajos
tres, que aún viven van de huida
y la persona atacada
a su salvador le habla:
-Pardiez, que os debo la vida.
-Señor, no me debeis nada.
-Yo, soy siempre agradecido. Quiero,
que bien temprano mañana
os paseis por el Alcázar.
Y quitándose un anillo,
continuó las palabras:
-No lo olvideis, bien temprano
presentaos a la guardia.
Cuando mostreis este sello,
os será la puerta franca.
Yo, ya por hoy me retiro
repitiéndoos mis gracias...

Y sin casi tiempo a verlo
unas piedras que giraron,
alojaron a la sombra en la muralla.

La noche, pasó y al alba,
con el arreglo modesto
de un viejo soldado pobre;
-poco más que aseo con agua-
con mas temor que esperanza,
caminando bien erguido,
se llegó hasta la guardia.

En cuanto mostró el anillo
fue conducido a una sala
con un dosel sobre un trono
en el que el Rey, sonriendo aguarda...
-Acercaos- oye que le mandan
y una vez en su presencia,
con la rodilla doblada,
ve como se levanta el Rey,
que alzándole,
muy efusivo le abraza.
Mientras, dice a los reunidos:
-debo mi vida a esa espada,
que empuñada por su brazo,
anoche me defendiera
sin conocerme de nada...

Continuando al instante:
-¿Cómo queréis que agradezca
vuestra valentía, soldado?
Porque sin duda,
sois soldado de mis Tercios...
Y una alta recompensa
que pìdiérais, sería baja.
No dudaría en ofrecerla
a una tan valiente espada.
-Señor, fui soldado
y ese honor, es toda mi
pertenencia,
pero no soy ambicioso
aunque pida, recompensa alta.
-Pedid, pedid, que el Rey nunca
ha faltado a su palabra.
-Señor, si me atreviera...
-¡Basta, decid qué quereis!
¿un condado?¿un castillo?
¿deseais las Alcábalas?
-Majestad, yo pediría,
tener vuestra confianza...

La Corte, quedó en suspenso.
El Rey, no encuentra palabras
y pidiéndole la espada,
dice lleno de emoción:
-Ved si os tengo confianza,
que desde ahora, portareis al cinto
la que hasta hoy fue mi espada
y yo cuidaré con mimo
la vuestra que será enjoyada.
Y que el escribano anote
que otrosí, digo se haga
que desde hoy si no fuerais,
sereis noble y podreis portar
un escudo con palabras,
en que se glose la gesta
rodeando un brazo armado.
Y además que sepan todos
que el Rey desde hoy os llama
Conde de Real Confianza...

Y aquél día,
fue de fiesta en el Alcázar.

Mi abuelo, a mí me contaba
estas consejas antiguas
y aunque nada lo indicara
yo con mis ojos de niño
-entre emocionadas lágrimas-
miraba con orgullo
y con respeto infinito,
hacia aquél clavo tan alto
en la vieja chimenea ,
donde siempre había yo visto
aquella espada oxidada...

Luego, pasaron los años
y cuando me hice mayor,
-como tantas ilusiones que se fueron-
comprendí que aquella espada,
no era la espada de un Rey.
Tan solo una toledana,
que estuviera en cien batallas
y el hidalgo que la usara,
cuando ya viejo y cansado,
olvidado, pobre y solo,
para sentir compañía al mirarla,
la colgara allí y el recuerdo
de otros tiempos, de sus hechos,
-quizá de honores y lances-
se le hicieran mas presentes
cuando los huesos dolieran...

Y en esos silencios largos
de los viejos que han vivido
mirar sin verla hora tras hora...

Que aquella herrumbrosa espada
sin ser la espada de un Rey,
ni testigo de un Condado,
estaba plena de honor,
-y aquello si que era cierto-
era un testigo cercano
de aquel valor quizá añejo
del que siempre
hiciera gala mi abuelo...


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Tras, tras

Viejos trenes renqueantes
de mi infancia y juventud.
Tras, tras.
Impuntuales y lentos,
de oscuros colores tristes,
con vagones separados
para las distintas clases,
en que observabas
diferencias abismales:
Desde mullidos asientos
en gratos habitáculos
a maderas desteñidas por el roce
de la masa itinerante,
hacinada en los pasillos
frios
o con excesiva calefacción...

Tras, tras.
Ruedas de acero sobre railes
de un paralelismo cierto,
sobre traviesas
impregnadas de creosota
que atravesadas por roblones
fijados a su cuerpo
la resonancia ampliaban...
Trás, tras.

Vapor que se escapa
transformado en humo negro
al evadirse fugitivo y resoplante
de la caldera
devoradora de agua,
imitadora en sus ruidos
a estertores que produjera
un casi agónico dragón...

Tras, tras.
Fogoneros sudorosos
de tanto apilar carbón...
Verdes capas de civiles
haciendo una conducción
y el detenido en el centro
de ellos dos,
mostrando los trés, una total
e inexpresiva expresión.
-¡Niño no mires eso!-
Como lo ví, lo recuerdo.
No se me olvidó.
Y en aquel revoltillo de personas;
míseras estraperlistas,
arpías de ganancia mínima,
rifadores con naipes pequeños
de ínfimos premios, que a veces
ni entregaban, después de sortearlo,
bajándose por sorpresa
en cualquier apeadero.
Gentes sencillas de pueblo
que van al médico.
Algún otro, en cumplimiento de una promesa
por aprobar una oposición.
Una familia entera, en peregrinación,
cuenta y no acaba que van contentos,
para agradecer con su presencia,
en el lejano lugar donde se da culto
al santo de su devoción,
que un paralítico
después de haber mirado
una estampa milagrosa,
se levantó...
También hay alguien
que subió al trén sin billete
y se pasa el viaje,
tratando de burlar al revisor...

Tras, tras.
monótono, persistente,
adormecedor
como la ambiente pobreza,
en el vagón de tercera
con tortilla de patatas
y mucha conversación.
Las ventanillas cerradas
y a pesar de ello,
el humo en los túneles largos,
entra por todas partes...
Y la oscuridad, propicia
algunas veces, cosas no vistas
pero supuestas que no relato yo.

Tras, tras...
Y de pronto, un día,
ya no son así los trenes.
Son rápidos. Son limpios.
Se ven con colores vistosos.
Las estaciones ya no son tristes,
con despedidas largas...
Ahora es mas breve
cualquier separación.
Ya no te llenan de carbonilla los ojos,
locomotoras negras de humo
impresionantes con su peso
de mastodontes, haciendo vibrar el suelo
al paso de sus ruedas
de impresionante dimensión.
Su ruido, tras, tras, desapareció...

Porque una barra de acero,
apoyados sus extremos
en dos trozos de hormigón,
sustituyó a las traviesas de madera;
La electricidad, al carbón.
La insonorización, quitó los ruidos
restantes...
Las ventanillas ya no se abaten
y para que no te des cuenta
que estás prisionero y encerrado,
te entretienen con una película
en el monitor...
¿Quedará todavía vivo
alguno de aquellos fogoneros
con su pañuelo al cuello,
enjugando sus chorros de sudor?

Ya el conocido tras, tras,
producido por las ruedas
al pasar por los empalmes de las vías,
solo vive en mi recuerdo,
fue reemplazado por un diluido
y monocorde son...

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Automóviles en el recuerdo


A finales de la década de los años cincuenta del siglo pasado, mi padre tenía un Austin Seven. Éste, era un pequeño vehículo de siete caballos, superviviente de la guerra de España en el año 36 y como casi todos los vehículos de la época, con miles de kilómetros recorridos, pero al que aún no se le reconocía suficiente antigüedad para disfrutar de jubilación, por otra parte bien merecida. A mi me encantaba conducirlo, en las pocas ocasiones en que me dejaban hacerlo.

Tenía un montón de piezas que ya no eran originales, pero aún conservaba el estilo inglés en su pulida carrocería negra, que después de numerosas raspaduras y arreglos, seguía conservando el brillo de charol originario, en el que contrastaban los reflejos de sus abundantes niquelados en parachoques, manillas de puertas, embellecedores de ruedas y faros. Las llantas de sus ruedas, eran de radios y resultaban muy elegantes. Perfectamente equilibradas con algún contrapeso colocado en la parte en que se acoplaba el neumático, giraban rectamente sin bamboleo de clase alguna, estando sujetas a los palieres o manguetas, por una sola tuerca almenada de buen tamaño, fijada por un clip de seguridad, tapada por el embellecedor. Traía de fábrica una sola luz trasera de stop. Yo le acoplé dos, así como intermitentes, en cada uno de los guardabarros traseros y delanteros. También le coloqué una luz de marcha atrás, pero no instalada para entrar en funcionamiento al introducir la marcha automáticamente en la caja de cambios, sino que cada vez que lo hacía, manualmente conectaba un interruptor colocado bajo el volante junto a la llave de contacto. La puesta en marcha, se hacía mediante un pulsador. El parabrisas giraba y podía levantarse verticalmente unos 30º , con lo que se lograba una entrada de aire, muy agradable en verano. Un solo limpiaparabrisas, que llevaba el motor incorporado por la parte interna del cristal, podía moverse, bien eléctricamente o a mano. Bajo los asientos delanteros, disponía de sendos huecos de bastante cabida, en los que se podían alojar herramientas o cualquier otro pequeño paquete. En el exterior de la parte trasera, una cubierta que formaba parte de la carrocería, alojaba la rueda de repuesto. La totalidad de accesorios que informaban al conductor de los mas elementales datos sobre el vehículo, eran: Cuentakilómetros-Velocímetro, amperímetro y un indicador de combustible -con un simple Full o Empty-. Las luces se conectaban mediante una simple llave que tenía varias posiciones. Posteriormente yo le instalé un termómetro para conocer si el agua del radiador estaba demasiado caliente en verano y debía parar o bien si me cogía en carretera, acelerar pues al ser la refrigeración por termosifón, al ir mas deprisa, pasaba mas aire a través del radiador y se enfriaba más.

Contaba con puesta en marcha eléctrica, pero también se podía arrancar a manivela y dado su estado de ajuste perfecto, con solo girar aquella un cuarto de vuelta, empezaba a funcionar el motor acompasadamente. Otros elementos, no estaban en tan buen uso y hacían de su conducción un campo abonado para guardar anécdotas.

Quizá una de las mas jocosas, fuera la que después de conocida la solución, resolvía un percance, que sin llegar a avería, era habitual en épocas de calor. Después de tantos años de uso, en alguna reparación, bien por olvido o rotura, dejó de instalársele una chapa que aislaba una parte del tubo de escape de la bomba de combustible. En verano, al acentuarse más aún la temperatura ambiente, la membrana de que iba dotada la bomba mecánica de combustible, dejaba de trabajar y el coche se paraba por falta de alimentación. En aquella época, para llevar un coche sin percances, había que entender algo de mecánica y una tarde, un taxista que conducía un viejo Citroën B-14, me explicó la manera de que la dichosa membrana de la bomba, volviera a enviar combustible al carburador. Un simple trapo mojado, colocado por fuera en la parte superior de la bomba de gasolina, enfriaba el metal y hacía trabajar adecuadamente el mecanismo. La verdad es que en aquellos tiempos; con unos alicates, una llave inglesa, un destornillador, un trozo de alambre y un par de bujías de repuesto, se podía afrontar emprender un viaje. Otra de las averías habituales, solía ser que la gasolina venía mal filtrada y alguna impureza atascaba el carburador. Esto, se solucionaba facilmente, quitando la tapa, sacando la boya, desatornillando un chiclé y soplándolo para quitarle el atasco... Por supuesto, las I.T.V. no existían y cada cual, llevaba su vehículo en el estado de conservación que consideraba suficiente.

Hoy, hay numerosos talleres que diagnostican con precisión casi mágica, cualquier disfunción que pueda surgir en los múltiples elementos, que componen los conjuntos electrónicos con que van equipados los actuales y veloces automóviles, pero entonces...¡Ah, entonces! Un simple trapo mojado con agua, volvía a poner en marcha el pequeño coche...que aunque ahora no lo parezca, era muy sofisticado para la época y el sector en el que estaba englobado por su cilindrada y sus características. Una última observación. Las dos puertas, tenían cerradura, pero no así el capó, que era practicable por los dos lados verticales y se podía levantar para hacer cualquier revisión, cerrándose simplemente con unos pestillos sin cierre alguno de seguridad. En aquellos años, se podía dejar el vehículo aparcado en casi cualquier lugar y aún pudiéndolo abrir cualquiera, cuando volvías a recogerlo, no lo había tocado nadie. ¡Vamos, casi igual que hoy!

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