Palmera y ciprés




Tras la gruesa pared que trataba de aislar del mundo el viejo convento, vemos el enorme contraste que forman al estar juntos, dos árboles tan dispares; no solo en forma sino en las imágenes que llegan a nuestro pensamiento al contemplarlos.

La palmera, nos ofrece desde su cúpula casi esférica, las flexibles mecidas de sus ramas por las que se filtra la luz y el aire. Necesita una poda regular porque si nó se realiza, el tronco queda poco vistoso. Su madera fibrosa, es de dificil combustión. Es una especie longeva pero precisa muchos años para llegar a ser esbelta. Después, con el paso del tiempo, a veces se estrecha a cierta altura y algún viento mas fuerte de lo habitual que sople con violencia, llega a troncharla. Su fruto, es delicioso y dulce. Es un árbol, alegre y festivo. Sus palmas, secas y trenzadas, sirven de adorno en balcones y también son parte principal en una procesión que anualmente conmemora la entrada de Jesús en Jerusalem. Nos trae de inmediato, imágenes de paisajes desérticos en los cuales se reproduce muy bien, en cuanto encuentra algo de humedad. En las zonas menos frías de Europa, se desarrolla profusamente en paseos y jardines. Es famoso por su abundancia en especies, el palmeral de Elche en el Levante español.

El ciprés con su silueta fusiforme hacia lo alto, es el árbol severo que desde los tiempos antiguos se colocaba para adornar y delimitar algo concreto, al tiempo que le proporcionaba un poco de fijeza en el tiempo. En España desde tiempos antiguos los encontramos a lo largo de las calzadas romanas. Esas que desde hace dos mil años conservan aún losas bien ensambladas, por las que circularon; legiones enteras, buhoneros, artistas del circo, esclavos o cuádrigas. Esas que facilitaban el recorrer las enormes distancias que con los medios de entonces, separaban más si cabe Tarraco, Emérita o Itálica de Roma. Y allí, estaban como testigos de siempre, los sobrios cipreses que cuando llueve, exhalan desde su corteza un aroma a esencia grato y reconfortante. También se emplean como símbolos de eternidad en cementerios, dada la durabilidad de su madera, que como contraste entre tristeza de muerte y alegría de vida, se usa para la construcción de guitarras, a las que al parecer confiere un extraordinario sonido. Sin embargo donde el ciprés deja de lado su ocasional tristeza, es en Granada. Allí, en los jardines creados por los andalusíes que los rodearon de mirtos y arrayanes, acantos y rosales, aún hoy, perfuman el ambiente y se integran en el paisaje, haciéndonos creer que han estado allí desde que el mundo es mundo.
Esta tarde en mi paseo, al ver juntos ambos ejemplares, tan distintos, tan bellos y los dos ya con bastantes años, pensé: ¿verdaderamente son tan diferentes?
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