Parada y descanso.

Unas letras nada más, para agradecer a todos los que han visitado el blog a lo largo de su recorrido en el espacio y el tiempo, sus visitas y opiniones. Por el momento, es conveniente un descanso.
Saludos a todos.

Nudo Gordiano.

Sobre el nudo gordiano, se ha escrito mucho y se seguirá haciendo. Ha quedado como sinónimo de una tarea imposible de resolver. En realidad se ha estudiado, representado gráfica y algebráicamente, pero nadie ha conseguido descifrar su sentido real y mucho menos deshacerlo. El único que se atrevió con él - según la tradición- fue Alejandro Magno, que no sólo no fue capaz de abrirlo, sino que lo destrozó con su espada. Este gesto habla por si solo y demuestra como la razón parece inferior a la violencia porque sucumbe aparentemente, pero solamente así, porque en realidad no ha sido vencida o ganada sino aplastada al no haber sabido solucionar el problema.

Hay apasionados por el arte de realizar nudos y también de deshacerlos y son muy numerosos los conocidos para hacer un buen apriete, cuyas técnicas para hacerlos o abrirlos, pueden ser conocidas de todos. Sin embargo el problema que existía al parecer con el nudo Gordiano, es que carecía de extremos -o al menos no estaban a la vista- en los que apoyarse para deshacerlo.

En este nudo, ha querido verse la representación del uno en el trés. (Trinidad) y su representación esquemática ha pasado a ser ampliamente reproducido en multitud de objetos de joyería. Su significado real, es posible que salvo algún filósofo iniciado, se desconozca y sin embargo...

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Fragmento


...Unos minutos más tarde, al terminar Albinoni y Mahler, Miguel manipuló los controles situados junto al volante y al momento, por los ocho altavoces calibrados del sistema de sonido, que le habían instalado recientemente en el coche, surgieron las inconfundibles primeras notas de "la Heroica" de Beethoven. Algo después, en el pasaje que intercala unos compases de la Marsellesa, Miguel notó que Begoña hacía esfuerzos para que las lágrimas no le cubrieran la cara. El ritmo de la marcha disminuyó y la oyó decir:
-Voy a parar y conduces tú. No puedo seguir con este fabuloso sonido. Quiero disfrutar de él, sin tener que estar pendiente de la autovía. ¿Cómo puedes conducir tú, oyéndolo sin más?
Miguel, estaba perplejo. No se imaginaba que ella fuera tan sensible ni que le afectara tanto la buena música. Una vez reanudada la marcha tras el cambio de asiento, aquella volvió a hablarle:
-Te voy a confesar un secreto. Soy tremendamente influenciable por la música y por los olores. No se si te creerás del todo lo que te cuento. Por el olor de cada uno, sé si congeniaré o nó con esa persona. Me sería imposible estar mucho tiempo con alguien que usara una loción o colonia que me produjera molestia. Por el contrario soy muy vulnerable a un aroma grato, de alguien que quizá ni se lo imagina. Una música de esta calidad y tirón, me lleva a lugares insospechados.
-¿Agradables?
-Por supuesto. Muy gratos.
Estaba amaneciendo y a pocos kilómetros se anunciaba en una señal, que Bailén estaba próximo. Allí tomarían café y pasearían un poco por la explanada. Apetecía respirar la frescura inicial de la mañana, al término de una noche cálida de verano recién terminada. En el firmamento, el brillo intenso de Venus, señalaba la proximidad del día. Pasado aquel instante de confidencias, Begoña y Miguel, volvían a ser compañeros de trabajo en viaje de trabajo. Sin embargo, ahora se conocían un poco más.
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(Fragmento de la novela "Al margen de las cometas, que todos alguna vez dejamos volar") Año 1987

Gustavo Adolfo


Y de pronto,
apareció la glorieta
y a pesar de que los recuerdos
casi nunca concuerdan con las vivencias,
volvía a encontrarme
en el silencio de una mañana
con el mármol blanco y frío
en que las musas sollozan
y el amor, junto a ellas,
está atravesado por un puñal.

Sobre el conjunto,
el busto de aquel joven
que a sus pocos años de vida,
-solamente treinta y cuatro-
le fue dado conocer:
la pena, la desesperación,
el desamor y la angustia,
excepcionalmente,
haciéndolo llegar a sus lectores
con la exaltación propia de un romántico.

Contemplando el lugar, me acordaba
de golondrinas y de frases encendidas;
de ojos verdes, de rayos de luna
y de organistas, que después de muertos
seguían sabiendo como nadie
hacer música de tubos aparentemente
solitarios...

De pronto, llegó a la glorieta
un nutrido grupo de escolares,
llenándola
con el bullicio de sus palabras
y el estrépito de sus gritos jóvenes,
rompiendo el encanto mudo y solitario
del lugar, haciéndolo distinto,
sin imaginarlo siquiera,
por lo que marché de allí,
dejándoles para su disfrute
un lugar que ya no me atraía...
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