"El mico". Minicapítulo IV

Han pasado varios años. "El mico" está sentado en uno de los bancos que están alineados en los viales de aquel parque urbano. A su alrededor a aquellas horas, hay un bullicio que le distrae de sus negros pensamientos. También de sus reiterativos; " si hubiera hecho aquello o no hubiera dejado pasar aquella circunstancia". se encontraba allí una buena parte del día, sin influir para nada la lluvia o la bonanza del mismo. Sus días, pasaban uno detrás del otro; iguales, monótonos, sin una ilusión que pudiera iluminar el siguiente del mediocre que se terminaba y le antecedia. Alguna vez, pensaba que si no supiera pensar, sería más facil todo, porque en el Albergue en que estaba actualmente, había otros desgraciados como él, que ni sabían que vivían y consideraba que no darse cuenta de a donde había llegado, era una liberación.
Sus problemas empezaron, cuando nació. Estaba cierto que había tenido la "suerte" de que su padre fuera un ser elemental que nunca le quiso bien. Después, vivió una época en que creyó podía enderezar su vida, pero cuando estaba a punto de teronar su Servicio Militar en Melilla, tuvo la desdichada ocurrencia de dejarse seducir por el posible dinero facil de la droga y con aquello, se enfangó hasta donde ya no pudo levantar cabeza. Hizo varios viajes a la aldea de Saima, con relativas buenas ganancias, pero llegó un día en que los asaltaron cuando volvían y además de propinarles a Camilo y a él, una paliza de muerte, mataron a Saida y después, aunque tuvieron la suerte de que no les acusaran de su asesinato, él quedó cojo y andaba desde entonces con una especie de saltitos -de ahí su apodo-. Cuando se repuso, tuvo que pasar dos años en prisión por la denuncia que presentaron contra él, personas que habían perdido drogas y dinero que le habían confiado. No lo hicieron a las claras, pero lo cierto es que se vio envuelto en problemas, que agravado por estar sujeto al Fuero Militar, dieron con sus huesos en la prisión del monte Hacho. A Camilo, le fue peor. Como resultado de la paliza, quedó paralítico y en cuanto tuvo una oportunidad, se ahorcó.
Cuando terminó la pesadilla, volviuó a la Península, pero no a su pueblo. Su madre ya no vivía y su padre, jubilado de la Guardia Civil, no quiso saber nada de él. Manolo, ya convertido en "el mico" empezó el largo peregrinaje por Hospitales, albergues, casas de acogida y otros centros para indigentes como él. Una temporada, estuvo en un Centro para rehabilitación de drogadictos y allí aprendió a tallar rústicas figurasen madera, que algunas veces, lograba vender, aunque lo cierto es que casi siempre acababa regalándolas porque nadie se las compraba. En ocasiones, hacía cucharas o tenedores para la cocina, pero la gente pasaba por su lado y ni le miraba siquiera. Contaba con una pequeña pensión asistencial y comiendo en los comedores habituales para los desfavorecidos por la fortuna, iba manteniéndose. Semanalmente, recogía ropa limpia en Cáritas y logrando que su aspecto fuera humilde, pero digno.
Tuvo una época en la que viajaba, pero ya, se le cansaban las piernas y dejó de hacerlo. En ocasiones, ejercía de guardacoches en una calle sacándose algún dinero, pero llegó otro mas fuerte que él y le obligó a marcharse, amenazándole con ropmperle la pierna sana si volvía por allí. Se hizo una caja de limpiabotas y empezó a ejercer la nueva profesión, buscando los lugares en que personas dedicadas al comercio o al chalaneo, desearan que les limpiaran los zapatos. También lo dejó, después de que pasaran cuatro angustiosos días en los que nadie le pidió que le lustrara los zapatos. A continuación, estuvo en un mercado para llevar y traer encargos, pero decían que era muy lento y no le enviaban casi a ningún sitio. Intentó también, vender los periódicos de los indigentes, pero vendía muy pocos. Trató de limpiar los parabrisas de los coches en un semáforo, pero tambiuén aquí era necesaria más agilidad de la que él tenía y tuvo que apartarse de este trabajo. Por último, pensó que como no servía para nada, se dedicó a pensar y a dejar pasar las horas entre comida y comida del albergue. Para lo único que al parecer servía era para pensar en donde su falta de rapidez, era mas conveniente que perniciosa.
Hablaba poco y a pesar de todo, sonreía a veces cuando miraba con mirada profunda cualquier cosa. Pensaba mucho y a pesar de ello, no encontraba la manera de ganar algo de dinero para subsistir. A su alrededor, veía la vida pasar en numerosas formas distintas: niños jugando alocadamente, con algunas caidas, consoladas por sus mayores. Parejas cada vez más jóvenes que se abrazaban en cualquier rincón. Se les veía con ilusión en los ojos, que sin embargo al pasar a su lado, fingían ignorarle. Otras personas, llevaban perros a pasear y él pensaba que estarían mucho mejor atendidos que él lo estaba, pero eso no le amargaba en absoluto. Había asumido su situación y sin ser felizpensaba que alguna función tenía que tener en la vida áun, si seguía vivo, aunque tuviera que seguir arrastrándose como lo estaba haciendo ahora. Buscaba su por qué, aunque no lo encontraba. En ocasiones, pensaba que la frase de su padre: "en espera de destino", estaba vigente y que a él, sencillamente no le había llegado aún el suyo, pero que en cuanto la oportunidad pasara por su lado, la tomaría. Todos los días se levantaba pensando que ese sería el día en que la suerte pasaría por su lado, solamente, que hasta ahora no le había llegado.

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