La Albahaca. Leyenda. (4ª y última parte)

Continuó luego el Enviado:
-Ese colgante que te he entregado, contiene el Momento que has buscado desde tu juventud. El Cuando y por Quién. Cuando ya no esté aquí, adiionalo a tu atanor y verás ante tí, desarrollado tu Principio. Después, habrá otros prodigios por los que serás recordado. En cuanto a tí, pronto nos veremos de nuevo, hermano.
Y diciendo esto, despareció. La estancia se llenó de luz y un aroma muy grato se extendió por toda la casa. Bahac, al irse el Enviado, experimentó una enorme tristeza y quedó como amodorrado. Cuando después de un tiempo se despertó, pensó que todo había sido un sueño, pero el colgante estaba en su mano. Desmontó la piedra de su alojamiento y recordando las palabras del Enviado, abrió un atanor y echó en la masa negruzca que por él cirulaba, la piedra verde. Al instante, una luz blanca, vivísima, le cegó y al despejarse los gases, vió como ante él, se encontraba una planta desconocida que despedía un olor muy agradable, que no era ni la menta ni cualquier otra que hubiera conocido antes.
Se postró y dió gracias a su Creador, por el portento con el que se había manifestado y pensando en el nombre que le daría a la planta, vió lo mas parecido a su nombre sería: Al-Bahac-a, por lo que tomando un cálamo y un pergamino, la dibujó y nombró a la planta como Albahaca. Después la analizó, encontrándole numerosas aplicaciones mediinales. Cuando terminó de hacerlo, indicó que la cultivaran y diesen a todos los que de ella para curar sus dolencias, tuvieran necesidad.
El resto de la noche, lo pasó en profundas meditaiones, ya que después de aquel suceso, pensaba que solo le restaba unirse a su Creador, al que sin saberlo siquiera, había servido desde su humildad.
Miró una vez más el atanor y percibió una partícula diminuta de la piedra, que a pesar de su pequeño tamaño, refulgía vivamente, vibrando como si tuviera los latidos de un corazón.
Nuevamente, alabó a su Dios, que ahora sabía era único para todas las creencias y le agradeció de nuevo, le hubiera hecho partícipe de una parte del Conocimiento.
Tomó lleno de reverencia, la pequeña parte de piedra que quedaba y se la colocó en la frente. En ese instante, una explosión vivísima, seguida de una llamarada enorme, destruyó la casa.
Cuando asombrados por el ruido y el fuego, fueron llegando: curiosos, vecinos y después algunos adeptos, contemplaron con temor, como en aquella casa reducida a cenizas por completo, se había salvado extrañamente: Una planta, un pergamino alusivo a ella y Ibn Bahac, que aunque muerto, tenía en su cara una sonrisa tranquila y lo que era más portentoso, estaba totalmente rejuvenecido. Aún dió tiempo, para que algunos de los asistentes, vieran escapar de la frente de Bahac, una especie de rayo luminoso de color verde.
Los adeptos, callaron y comprendieron. La mayoría de los asistentes, temerosos, tanbién. Sólo un reducido grupo de osados, comentaron:
-Otro alquimista loco, que ha muerto tras sus quimeras.
Poco a poco, la normalidad. Esa normalidad que es el monótono repetir las situaciones conocidas y que por ello no causa temor, se fué instalando en aquel lugar, en que había estado la casa de Ibn Bahac. La casa en la que el Soplo de Dios, se había hecho presente.
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Es posible, que fuera de Al Andalus, tal vez en la India, Persia y posteriormente en Grecia o Roma, dispusieran de la Albahaca, pero es indudable -entre otras cosas por su nombre- que los árabes la introdujeron aquí, como tantas otras plantas medicinales y de ornato. ¿Por qué no creer que fue a través de Ibn Bahc, como nos llegó? ¿Por qué nó, en Ixbiliya precisamente?
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