La Albahaca. Leyenda. (1ª Parte)

En la Sevilla del siglo XIII, recién conquistada la ciudad por el rey Fernando III, existían los contrastes propios entre una forma de vida que había sido vencida y la no necesariamente mejor que habían traido los vencedores. La que había existido allí durante varios siglos, se resistía a desaparecer y en numerosas ocasiones era admirada por los conquistadores, sintiéndola superior en bastantes espacios y a pesar de que no era bien vista esta postura por la ortodoxia imperante, estaba fuera de dudas, que para todos los que no se dejaran llevar por el fanatismo religioso, los musulmanes y judíos, habían destacado mucho más en distintos campos como; la medicina, la agricultura, la botánica o el álgebra y sus estudiosos, aunque oficialmente silenciados, tenían mucho que aportar.
En esa época de amalgama de costumbres, en la que la auteridad leonesa, chocaba con todo lo que Al-Ándalus representaba, bien podía haber sucedido nuestra historia.
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Adosada a un lienzo de murallas, cercanas a Wad-el-Kébir, proxima también a la nunca después encontrada Puerta de la Luz Blanca, al abrigo de una torre casi sin almenas, existía una vieja casa en la que habitaba un sanador de hierbas.
El morador de la casa, llamado Ibn Bahac, humildemente se decía conocedor de dos o tres sencillas pócimas, a fin de no pasar por mago o alguna cosa peor a los ojos de los ignorantes. Desde mucho tiempo atrás vivía allí y en numerosas ocasiones, había socorrido a vecinos, incluso a desconocidos que le habían pedido ayuda en sus enfermedades o dolencias. Siempre, con modestia y humildad, había ayudado a quien lo precisara y esto también lo había realizado con algún personaje de la Corte, por lo que a pesar de lo turbulentos de los tiempos, le dejaran vivir en paz, casi como cuando Ixbiliya era una Taifa musulmana.
Ibn Bahac, era mucho más que un sencillo conocedor de hierbas. Conocedor de la Sabiduría de los Maestros Antiguos, era por orden de afciones: Alquimista, Arquimista, Estrellero, Kabalista, Botánico, Sanador, Filósofo y Poeta. Dominaba, además del árabe clásico, el hebreo, el sáncrito, el griego y el latín. Tolerante como sabio, agrupaba a su alrededor a un escogido grupo de adeptos estudiosos, a los que trataba de instruir en las complejidades que consideraba más adecuadas a cada uno. Ellos por su parte, le profesaban un respeto casi sagrado unido a un cariño profundo, que junto a una confianza sin límites en él, les harían dar la vida si se lo pidiera sin la menor duda.
Al fondo de la casa, existía una especie de pasadizo semi enterrado, en el que llenas las paredes de inscripciones y enrevesados signos, tenían lugar estas reuniones entre Ibn Bahac y sus adeptos, junto a un vivo fuego de leña, que calentaba una serie de vasijas o atanores en cuyo interior circulaban diferentes productos con los que probaban diferentes uniones, reacciones, mezclas y otras operaciones espagíricas, con fines experimentales.
Ibn Bahac, llevaba trabajando muchos años en lo que él llamaba "su Principio". Éste, brevemente enunciado podría resumirse en que "Al comienzo, el germen de la vida era único y que después -no se sabe por qué mecanismo de mutación ni en qué momento - existía una orden que hacía que este germen-origen, fuese mineral, animal o planta". Tratar de encontrar que era así, el cuando y el por qué, de lo que estaba seguro, aunque aún no lo había podido demostrar, le había consumido casi todas las horas de muchos días y muchas noches, a lo largo de los numeroso años de su vida. No acababa de encontrar lo que buscaba con tanto anhelo y dedicación. Sin embargo, todo iba a cambiar.
Hacía varias noches, que había descubierto, junto a su bien conocida Aldebarán, un cuerpo luminoso que desconocía y que le inquietaba sin saber por qué. Contaba para la observación de estrallas, con un tubo de madera por cuyo interior se deslizaba otro de menor diámetro, que estaba ahumado para que no absorviera luz. Los dos tubos, llevaban cada uno de ellos, sendos rubíes cilíndricos, tallados biconvexamente y pulidos muy finamente, que convenientemente alejados o aproximados el uno del otro, permitían ampliar la visión de los objetos celestes.
Con este aparato, que llamaba acercador, observaba con una extraña sensación, como aquél cuerpo astronómico, estaba cada vez más próximo. Aquella estrella o lo que fuera en realidad, no presentaba la luz cegadora de los cometas o de los soles, tampoco parecía ser una de las estrellas que anunciaban calamidades, hambres o guerras. Estaba preocupado sin saber por qué, o mejor dicho, porque no sabía analizar la realidad de aquel cuerpo que se aproximaba a la Tierra tan vertiginosamente. A sus adeptos, aún no les había dicho nada, pero la congoja, estaba desde hace días instalada en su corazón...Aquello, anunciaba algo...Pero...¿qué?
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(Continuará en días sucesivos)

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