La Albahaca. Leyenda. (2ª Parte)

Nuestro sabio, sabía destilar numerosas plantas de las que obtenía muy diversos líquidos, aún siendo las mismas, pues a pesar de proceder de una igual materia inicial, la influencia astral, la hora concreta en que se hacía, o el elemento que precipitaba la reacción, hacía que el resultado fuera muy diferente y por ello, la aplicación del producto obtenido, también lo fuese.
Fruto de estas actividades, estaba el elemento pastoso, de desagradable olor y peligrosa manipulación, que atacaba en su constitución a toda clase de elementos, exceptuado el oro. Lo había calcinado, enfriado, sublimado, colado, adicionado mercurio de los filósofos, todo lo que creía poder hacer para convertirlo en el disolvente universal, pero, no lo había logrado.
Ultimamente, había estado trabajando en conseguir una especie de masa de cereales triturados, a la que lavaba con cal, que oreada y pasándole un rodillo por encima, se convertía en unas láminas sobre las que se podía escribir. Estas placas, si después se introducían en una mezcla de agua a la que había agregado un ácido mordiente basado en el azufre, quedaban flexibles como el pergamino y además obtenía en sus atanores gases de una combustibilidad extraordinaria.
También investigaba las posibilidades del llamado "caballero del alegre alazán", que era simplemente un juego de ajedrez, al que habiendo adosado en la parte inferior de su tablero unas piedras-imán, lograba dar a las piezas un movimiento sin tocarlas, haciéndolo sólo a los caballos, lo que producía a los que lo veían un enorme asombro. Esperaba perfeccionarlo en breve y posiblemente entonces, lo presentara como regalo al hijo del rey, llamado Alfonso y del que ya se hablaba con admiración de su enorme cultura y tolerancia hacia todos los muslimes o judios. Si lograba interesarle en sus estudios, tal vez lograse que la convivencia por él auspiciada de convivencia de las Tres Culturas, fuera mayor cada día. Sin embargo, a veces se sentía mayor y no lograba evitar los negros pensamientos, entrándole urgentes necesidades de lograr rápidos resultados en sus pruebas. recordaba su juventud, en la que albergó durante mucho tiempo, la esperanza de plasmar en una ecuación algebraica, el posible equilibrio entre el fuego y el agua como elementos antagónicos que eran, razonando que si aquél era superior a ésta, en otras circunstancias, sería al revés, lo que indudablemente necesitaba un punto de inflexión o de equilibrio, que permitiera la existencia real al mismo tiempo de ambos elementos, sin destruirse recíprocamente. Esa falta de resultados tangibles, le era insoportable a veces y tenía que recurrir a una de sus tisanas tranquilizadoras...
Volviendo a "su Principio", por lógica, podría también ser real su opuesto, es decir, que si cualquier gérmen inicial era posible transformarlo en otro de un orden distinto, éste a su vez, podría volverse a mutar, lo que expresado en lenguaje sencillo, equivalía a admitir que si un germen inicial de trigo por ejemplo, podía volverse un germen inicial de un metal, como el oro, también podría hacerse la operación al revés. En teoría, esto debía ser así, al considerar a cada elemento, no aisladamente, sino como parte de un todo y que por tanto, participaba de una parte común que no había que tocar, haciéndolo solamente en la que no lo era. Es decir, que sin cambiar la estructura básica, se mutaba la parte considerada específica o variable, que es la que aparentaba las diferentes presentaciones entre un elemento y otro.
Ibn Bahac, era un filósfo profundo, que había sido nombrado en tiempos Cadí, por su recto juicio. Había escrito numerosos tratados y también era un experto autor de Qasidas, celebradas en otros tiempos ya lejanos. En su juventus, había aprendido de los Maestros Antiguos de Siria y Egipto y por ello, estaba seguro del camino que había seguido a pesar de su pobreza actual.
Su grupo de adeptos, se sentía feliz, cada vez que les confiaba una operación que requiriese una habilidad que solo la larga práctica concede a los estudiosos. Todo, iba a cambiar.
Una madrugada, cuando estaban comentando sobre una operación que no les había deparado el éxito que esperaban, oyeron unos débiles golpes en la puerta de la casa, a la vez que unos débiles quejidos y una petición de ayuda. Los discípulos, asustados, miraron a Ibn Bahac. Éste, ordenó que abrieran. Mientras lo hacían, oyeron de nuevo:
-¡Ayudadme!
La puerta fue entreabierta y un cuerpo -que parecía joven- con el rostro cubierto de sangre, que vestía una ropas extrañas y calzaba unos raros borceguíes, cayó a sus piés sin sentido. A la luz de la antorcha que portaba uno de los adeptos, trataron de identificarlo por su vestimenta, pero no lo lograron.
Atendiendo a la piedad, lavaron sus heridas y aplicándole unos ungüentos en ellas, lo acostaron en el camastro en el que Ibn Bahac descansaba las pocas horas que dedicaba al sueño. Una vez acostado, Bahac despidió a sus discípulos y volvió a la cabecera del herido. Entonces advitió un colgante con una piedra verde que éste, llevaba en el pecho. A pesar de sus conocimientos, no pudo identificarla y con una cierta angustia, acabó adormeciéndose...
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