¿Por qué? ¿Por qué? (Cuento fantástico)

Desde bien temprano, una vez que había desayunado, caminaba cabizbajo y meditabundo hacia aquel lugar. Siempre ocupaba el mismo banco que le servía de asiento, aunque no de descanso. Desde que había pasado "aquello", no sabía lo que era descansar. Su cartesianismo de siempre, se enfrentaba a los confusos pensamientos que se agolpaban en su cabeza. La vida desde entonces, era para él un caos total en el que no comprendía nada. Su hija, trataba en vano de animarle:
-No pienses más, papá. Olvídalo cuanto antes y no lo hables con nadie. No te comprenderían.
-Pero -respondía él- tú sabes que fue así.
-Yo quiero creer lo que dices, pero no me explico nada. No lo ví y me parece todo tan extraño, que si no tuviera la fé que tengo en tí, no lo creería posible. Por otra parte, además de la tristeza tuya por la falta de mamá, tengo la preocupación de verte así.
Don Mateo, profesor jubilado de Lógica en el cercano Instituto "La Latina" de su ciudad, llevaba varios días en un estado que ni él mismo, sabría definir. Su pensamiento, siempre perfectamente lúcido, no era capaz de abrirse camino en la situación que recientemente había cambiado radicalmente su ordenada vida, junto a su esposa que conoció desde muy joven, llamada doña Luisa. Con ella había formado una pareja ideal, en la que por mucho que se quisiera buscar, no habría podido encontrarse una sola rencilla en los cuarenta años que llevaban casados.
Aquel día, del que habían pasado ya doce, paseaba el matrimonio por uno de los parques públicos de la ciudad y precisamente por un lugar, que para ambos era casi mágico. Bajo aquellos álamos, muchos años antes, habían decidido que compartirían su vida. Ahora, unos pasos delante de ellos, en esta ocasión, iba también una de sus hijas que paseaba un pekinés llamado Pipo. Había venido a decirles, que había sacado en propiedad una plaza de Pediatra en el también cercano Ambulatorio de la Seguridad Social. Don Mateo hablaba con su esposa:
-Luisa, qué alegría ver al fín a Rosalía, fija en lo que le ha gustado siempre.
-Es una gran noticia. Además al estar tan cerca de la casa su trabajo, la veremos con más frecuencia y sobre todo ahora, aunque no es su especialidad, me podrá recetar algo que me alivie este cansancio que tengo siempre...
-¿Por qué no vamos al médico y te haces un chequeo a fondo?
-No creo que sea nada importante. Esperemos unos días y ya si sigue, veremos qué hago. Solo me veo algo floja y quizá la tensión algo más baja de lo habitual, pero no creo que tenga mayor importancia.
-Yo en cambio, creo que hacerte un análisis de sangre no te vendría mal, porque a lo mejor es solo un poco de anemia, al cuidarte tan poco siempre.
-¡Anda, déjate de tonterías, que lo que querrías es que me pusiera gorda como las mujeres antiguas...!
-¡Qué cosas dices, Luisa!
-¡Anda, anda, que estás ya muy visto y me se de memoria tus frases...!
Ambos, rieron de buena gana y siguieron andando despacito. La tarde de otoño invitaba a ello y la temperatura era muy grata. Las coníferas cercanas, olían invitando a ensanchar los pulmones.
Al pasar bajo un enorme álamo, una de sus ramas rozó levemente a doña Luisa y ésta, desapareció.
Don Mateo, se quedó muy sorprendido, reaccionando al momento abrazándose al tronco del árbol mientras gritaba:
-Luisa, Luisa, no me dejes...
Al ruido, volvió la cara Rosalía, viendo a su padre totalmente desencajado y llamando a su madre. Extrañada, preguntó:
-¿Qué pasa, papá?
-Tu madre que se ha convertido en árbol.
-¡Papá no digas tonterías!
-Te aseguro, hija, que es así. Al pasar bajo esta rama, la ha rozado y ha desaparecido. No sé cómo ni por qué, pero tu madre se ha convertido en árbol.
Rosalía no sabía qué pensar. Trató de convencer a su padre de que cualquier otra cosa por extraña que pareciera, era más razonable, pero aunque buscaron a su madre no la encontraron y no había pasado tiempo suficiente para que pudiera haberse retirado lo bastante para no ser vista. Era incomprensible. Con un estado extraño, acompañó a su padre a la casa y se quedó con él aquella noche. Ambos tomaron unos comprimidos que les hicieron dormir unas horas, pero al despertarse, la situación era la misma. Desde entonces, don Mateo pasa casi todo el día al lado del álamo y le pregunta en voz baja -no se sabe si al árbol o a su esposa- ¿Por qué? ¿Por qué?.
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2 comentarios:

Arwen Anne dijo...

me ha encantado el cuento y tengo que darte las gracias por dos cosas: primero, por compartirlo, es precioso, original y muy bien escrito. Segundo, porque me acabas de dar una idea para un relato de fantasía, así que mil gracias por todo y cuando tenga el relato, tranquilo, que aviso y lo podrás leer en mi blog

besos y gracias de nuevo

Jaclo dijo...

Me alegro por ambas cosas.
Saludos