Semana Santa en Sevilla. I

Bellísima imágen de "la Macarena" atribuida a la Roldana


Voy a tratar de escribir algunas ideas sobre la Semana Santa de Sevilla, obviamente para quien sea de fuera de la ciudad. Para un sevillano no sería lógico, porque esta manifestación tan compleja, es un conjunto de sentimientos, recuerdos y vivencias especiales, diferente para cada persona, al margen de su mayor o menor Fé.

En Sevilla, es dificil sustraerse a un ambiente lleno de imágenes de una belleza trágica y grandiosa a la vez, expresada por artistas de excepcional maestría, basicamente de inspiración barroca. Ante un Cristo de Martinez Montañés, de Juan de Mesa o de cualquier otro creador -aunque sea mucho mas reciente- como Castillo Lastrucci y maestro en cincelar una expresión de momentos haciéndola perdurar, solo cabe asombrarse de la perfección lograda por un ser humano. Igual ocurre ante la cara de una virgen dolorosa, que dentro de su enorme tristeza, expresa una belleza sobrecogedora y distinta si varía unos grados la inclinación de la luz o la intensidad de la misma. Si a este cúlmen de arte, se unen numerosas variables, como puede ser; una iglesia ojival, -que antiguamente fue mezquita y mucho antes lugar de reunión de otras creencias- con el olor aromático del incienso que llena el ambiente; los rayos de luz tamizada entrando por las vidrieras y ves varias generaciones juntas que miran arrobados las imágenes, o quizá la muy complicada salida de un templo, al ser casi igual el tamaño del paso a sacar de las medidas de la puerta... Luego, el ambiente es distinto, pero no menos intenso, como puede ser el discurrir de la procesión entre naranjos que exhalan el perfume del azahar, o se detiene un momento, para que la contemple una persona que la acompañó durante muchos años y la espera quizá enfermo o anciano desde un balcón a su paso, o hay una esquina por la que es dificil pasar, o quizá es una marcha que hace caminar a determinado compás una mole que casi tiene vida propia y camina portada por cuarenta o más personas como si fuera una sola y en un momento determinado, se escucha el sonido del racheo de los pies de quienes llevan un paso de palio, o quizá es el sonido de los varales de este mismo paso, que parece que se mece como si se quisiera acunar entre los brazos de quienes lo llevan, o tal vez es el recuerdo de alguien que ya no está aquí, pero que no hace mucho sí estaba...Y los pasos en que se contemplan crucificados, con toda la expresividad y la sangre del barroco, son sencillamente perfectas representaciones que podría haber firmado cualquier experto en anatomía...Y la luz del atardecer de Sevilla, o quizá su noche o madrugada, sobrecogen el ánimo y lo proyectan a lugares de casi imposible acceso.
No sé. Es tremendamente complejo, explicar simplemente estas sensaciones a alguien que no lo ha vivido, porque vuelvo a insistir, que al margen de la creencia religiosa que es la base o inicio del desfile procesional desde hace muchos siglos, el que lo presencia lo puede vivir de muchas maneras y por supuesto, desde una fé acendrada, o simplemente sintiendo una admiración por la incomprensible belleza de un arte excelso, que se muestra abundantemente, abrumando a veces a quien lo contempla, por su exceso y que puede admirarse, tocado en la fibra de la sensibilidad artística, sin mezclar en ello un ápice de religiosidad. No puedo en absoluto, definir lo que cada uno llega a sentir intimamente en las vivencias infinitas de la Semana Santa de Sevilla. Esto es un conjunto de pensamientos que pertenecen a cada persona.


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