Pregunta casi oida.


No sé,
si era el silbido
del viento.
Quizá solo era
que creía
oirte.
Como siempre
y habituado
a tu quieta
presencia,
no te miraba
demasiado.
Pero oí
un sonido
no identificado.
No sabía lo
que era,
pero al momento,
te miré
y ví tu insatisfacción
que yo no presentía...
Hasta ayer
no tuviste inquietudes,
pero hoy...
¡Ay, hoy,
en que aparcó junto a tí
una bicicleta..!
Viste que eras distinta,
que estabas fijada
al suelo
y que aunque fueran
raudos tus pedales,
permanecías
en una quietud
inmensa,
y -te aterrorizaste-
posiblemente eterna,
en la que no habías pensado...
y entristecida
te confiaste al viento
y como en un desgarro
en que se te iba el alma,
creí oir
una pregunta,
en que latía una pena
que nunca antes oyera:
¿Por qué yo
no tengo ruedas?
________________

No hay comentarios: