El cuadro.


No voy a tomar en cuenta la calidad de la ejecución del cuadro -que es muy elevada- sino el paisaje que sitúa y algunos detalles del mismo.

Ha servido de modelo, una vista de algunas torres del conjunto monumental de la Alhambra de Granada que el artista sitúa a una media distancia, a pesar de lo cual, para un conocedor del lugar, está claro que describe perfectamente sus detalles característicos. Por otra parte, el surtidor en sí, con ese agua que se eleva al cielo para caer luego mansa, pero sonoramente sobre la taza árabe, es fruto de una observación metódica y conocedora del lugar. Las macetas que rodean la pequeña fuente circular, muestran flores y tienen la virtud de que nunca se secarán...

La belleza serena y la luz, esa luz que el pintor ha sabido plasmar en la tela, hacen que este cuadro que podría creerse de una sencillez extremada, se convierta a mi juicio en el testimonio de una paz que permanece inalterable, porque de ese natural que hubo un día, los pinceles de esta persona afortunada por vivirlo y más aún por saber dejar estos trazos, lo han dejado como testimonio permanente de lo que vió, así como de su sensibilidad ante ese paisaje.

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