La tarjeta.

Don Ezequiel tenía ante sí, a una persona vestida corectamente, pero también de una manera sobria. Ni alta ni baja, que representaba tener unos cuarenta años, con una media sonrisa dibujada en el rostro, en el que resaltaban además de aquella, unos ojos vivaces y unas enormes gafas de montura metálica.
Accedió a recibirla, más por extrañeza que por otra cosa, debido a lo que leyó en la tarjeta que le pasó su secretaria:
José María Ervigio y Záuñiga
Ingeniero Industrial y
Experto en descifrar desconchones, manchas y otras manifestaciones
Presidente de Ervigio y Záuñiga S.A.
Cuesta de la Basterrechina 32,
Polígono de la Basterrechina.
Madrid.
Tras invitarle a sentarse, le habló:
-Vd, dirá, Sr. Ervigio.
-Gracias por recibirme, don Ezequiel. Supongo un poco su sorpresa ante mi tarjeta.
-En efecto. Puedo entender lo de Ingeniero, pero lo de Experto...
-Comprendo su estupor, pero ante todo, deseo hacerle llegar una inquietud que he conocido hace dos días, en que "casualmente" he pasado por la puerta de su fábrica. Le ruego que considere lo que voy a manifestarle, como una cosa totalmente real, por extraño que pueda parecerle. Piense que por mi formación técnica, estaba habituado a un pragmatismo total en mis juicios, pero ahora...
-Precisamente es lo que no entiendo, que una persona, con una supuesta formación técnica, hable de algunos temas, un poco...
-¿Sonando a fraude?
-Vd. lo ha dicho, no yo, pero dígame por favor el motivo de su visita.
-Verá, don Ezequiel. Llevo cinco años, en los que sin saber muy bien por qué, veo escrito el futuro con una claridad total -puedo ofrecerle multitud de testimonios que avalan lo que afirmo- sobre muy diferentes temas.
-¿También respecto a mi Empresa?
-He visto una mancha de pintura en una columna que soporta la cancela de acceso a su fábrica y...
-Acabáramos. Esa mancha fue echada hace unos días, por un grupo de trabajadores descontentos que hubo que despedir y he decidido dejarla allí, porque considero, es una prueba palpable de la sinrazón que han demostrado, a pesar de los razonamientos que les hicimos para tratar de llegar a un acuerdo, que por otra parte no se merecían.
-Sí. Eso es el principio, pero la realidad se esconde en la forma. Verá Vd, llevo años comprobando que lo casual, no es más que una representación de lo causal.
-Por favor, le ruego que abrevie, porque estoy esperando una visita importante, entre otras muchas cosas que debo hacer hoy y con sinceridad, no creo una palabra de lo que me está diciendo.
-¿Y si le dijera que no sólo conozco su hoy, sino también su mañana?
-Tonterías.
-¿Cómo podría saber entonces que esta mañana se ha levantado con un enorme dolor en el costado izquierdo y que después ha tropezado en la escalera de su casa cuando se disponía a venir aquí?
-Se trata de una broma de mi mujer.¿No?
-Le estoy hablando con total seriedad y además con una cierta preocupación por no saber si he llegado a tiempo.
-¿A tiempo?
-Sí. A tiempo de evitar lo que se cierne sobre Vd.
-Mire, José María, le ruego que me disculpe, pero tengo un día atroz y no puedo dedicarle mas tiempo.
Pulsó el timbre de la mesa y al momento, apareció en la puerta, una secretaria que sin pronunciar palabra, escuchó a don Ezequiel decir:
-Por favor, Carmen, acompañe al Sr. Ervigio hasta la salida.
Y dirigiéndose a aquel:
-Muchas gracias por su interés, pero en este momento no puedo atenderle más.
-No me dé las gracias aún, -contestó el visitante- Si cambia de opinión, llámeme a cualquier hora a los números de teléfono que figuran en la tarjeta que le entregué.
Se levantó del asiento y con una sonrisa que no era ni de soberbia ni de humillación por la invitación a que se marchara sin oirle, salió del despacho, con la seguridad de que antes de mucho tiempo, don Ezequiel le llamaría bastante más preocupado de lo que se mostraba ahora.
Don Ezequiel Redondo y Fonsecha, estuvo a punto de tirar a la papelera la tarjeta del extraño visitante, pero antes de hacerlo, recordó lo que le había dicho sobre su tropezón y con un poco de duda, la guardó, ya que lo del dolor, lo había comentado con su mujer, pero lo del tropezón, no lo había visto nadie más que él. ¿Cómo podría saberlo entonces el sr. Ervigio? Se quedó algo intrigado, pero no le duró mucho esta preocupación, ya que la secretaria le anunció, estaban en la antecámara del despacho los visitantes que esperaba.
Éstos, eran comisionados de un importante consorcio japonés, con el que estaba en conversaciones desde hacía unos meses, para una posible participación en su Empresa, a fín de facilitarle la penetración en los mercados de Asia. Se incorporó de su asiento y los recibió con la mas cordial de sus sonrisas. Eran tres japoneses, muy parecidos entre sí, y con un gesto practicamente idéntico en sus caras. Trás las múltiples reverencias de saludo y las frases protocolarias habituales, el dirigente del grupo, entró en materia, después de numerosos rodeos.
-Como ya venimos hablando desde hace un tiempo, parece ser que el Consorcio que representamos, ve un cierto interés recíproco, en aportar un porcentaje importante a su fábrica, a fín de facilitar la expansión conjunta en Asia, que se prevee muy interesante a medio plazo, pero hay un ligero escollo -como dicen Vdes- y esto, nos condiciona y preocupa en estos momentos.
-Vdes dirán.
-Se trata de una mancha de color amarillo, que inexplicablemente para nosotros, desde hace unos días, aparece en la entrada de la fábrica.
-¡Ah, la mancha! Les cuento: Un pequeño grupo de trabajadores, a los que se les rescindió el contrato por faltas reiteradas y graves, han mostrado la clase de lo que consideran dialogar, lanzando unas latas de pintura contra la entrada de la Empresa y nos ha parecido que debíamos dejarla allí, como muestra de la intolerancia de esa minoría.
-Entiendo, -dijo uno de los comisionados-, pero Vd, parece desconocer lo que representa la forma que tiene esa mancha.
-¿Forma, dice?
-En efecto. Cualquier persona de nuestra Empresa ve en ella una caricatura perfecta de nuestro Director, el honorable Saiko-San y por si fuera poco, hasta aparece un esbozo de la muleta con la que se ayuda en la cojera que le produjo su heroico comportamiento en la II Guerra Mundial.
-Ahora mismo, doy orden para que desaparezca esa mancha, pero por supuesto les aseguro, que es una cosa totalmente accidental y en cuanto al parecido que encuentran, creo que ninguno de los "pintores" -por llamarlos de alguna manera-, conocen ni de referencia al honorable Saiko-San.
-¿Está diciendo que es una casualidad? ¿Vd. no sabe que una de las máximas en que se basa la Saiko-San Corporation es que la casualidad no existe? Creo que debemos posponer esta conversación, hasta que el honorable Saiko-San, nos indique a la vista de lo acacecido, el comportamiento adecuado a seguir. Si le parece, mañana, volveremos por aquí a la misma hora y continuaremos la conversación.
Y levantándose los tres japoneses, hicieron una reverencia -diríamos que exacta en ángulo de inclinación los tres- y se despidieron con una media sonrisa, también idéntica hasta el día siguiente.
Don Ezequiel, se quedó sin saber qué decir, ni qué pensar. Al rato, se acordó de la tarjeta del extraño visitante y totalmente abatido, empezó a marcar uno de los números que aparecían allí indicados.
-¿Don José María?, soy Ezequiel Redondo...
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2 comentarios:

Sonia Schmorantz dijo...

Obrigado por tua visita e palavras muito gentis.
Um abraço e lindo domingo

Jaclo dijo...

Sonia:
Mis "palavras muito gentis" como dices, son así, porque tu blog tiene preciosas fotografías y unos poemas muy bonitos.
Saludos