Antes del bolígrafo.

Hace unos días, esperando la hora de un AVE en la cafetería de la estación de Córdoba, empecé a rellenar las cuadrículas de un crucigrama con mi portaminas y un señor ya mayor que estaba en otra mesa junto a la mía, me comentó: "ya somos pocos los que utilizamos el lápiz". Ante la posibilidad de conversar -mucho más agradable que hacer un crucigrama-, le contesté: "en efecto, pero yo suelo hacerlo con frecuencia, porque entre otras cosas, me permite eliminar sin tachaduras, lo que por otro medio sería imposible".
Seguimos hablando y recordamos marcas de lápices: Él como yo, habíamos seguido estudios similares y practicamente habíamos experimentado con los mismos elementos, dibujando técnico y artístico, por lo que comentábamos los mismos avatares. Salieron a relucir los Johann Sindel fabricados con cedro americano en el Ferrol hasta los años 80 del pasado siglo, pasando por otros como Staedtler, o también en España Massat, comentando de pasada los grados de dureza y tonalidad, según tuvieran más grafito o menos en la masa de la mina, y como la representaban con las letras B para los más blandos y H para los de mayor dureza. También salió a relucir Darwet en su clasificación de 9B a 9H, así como la clasificación americana, de 1 á 4, equivalentes del nuestro, (europeo) , B a 2H.
Llegaba la hora de mi trén y hubo que dejar la conversación, si nó, hubiéramos continuado ni se sabe hasta donde, porque nos faltaba mucho todavía como recordar los lápices para escribir -originariamente japoneses o chinos- sobre cualquier superficie pulida y uno más, extraño donde los hubiera, practicamente desconocido por las generaciones actuales, que llamado "de tinta", se utilizaba como un lápiz más, pero si se quería que su trazo fuera permanente, se humedecía y al escribir, quedaba como si se hubiera utilizado una pluma.
Por supuesto, excluidos los técnicos y los artistas, el lápiz quedó relegado en el uso diario por el llamado bolígrafo, que fue la revolución en su día de la escritura, pero eso sí, lo escrito con él, no se puede borrar facilmente y esa era la principal ventaja del lápiz. He aquí la paradoja, lo menos durable es muchas veces más práctico...
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2 comentarios:

parkerazul dijo...

Yo sí me acuerdo del lápiz. Había uno, de rayas amarillas y negras, por fuera y el Faber Castell todo verde, claro.
Algunos eran un lujo que pedíamos a los Reyes Magos por ser más pudientes que los padres.
Me gustaban los de mina blanda, aunque se gastaba la punta enseguida.
Y los de tinta, claro que me acuerdo, pero lo que no dices es que había que humedecerlos, pero en el pupitre no dejaban tener un bote con agua, así que directamente, lo chupábamos.
Sabía amargo, y salíamos de la escuela como pitufos, con la lengua azul y los morritos cianóticos. Y encima el puñetero no se dejaba borrar nada. Antes se rompía el papel.
Hace poco me han regalado uno, sin marca, rojo por fuera, con un capuchón metálico que protege la punta, y acompaña al párker azul, ya sabes.... porsiacaso.

Me gusta leerte. Gracias por enseñarlo.

Jaclo dijo...

Parkerazul:Gracias por tu visita.
Te escribí en tu blog una nota sobre lo que dices.
SaludosE