Pinos de ciudad.


En ambas aceras
de la ancha avenida,
largas filas de pinos, muestran
sus verdes agujas.

En su estación, las piñas
adornan sus ramas
y nos tientan a pesar de sus corazas
a sacar de ellas sus piñones
blancos y sabrosos...

Y a estos pinos, cuando los traspasa
el aire de la tarde,
al aproximarse el ocaso
y las confidencias son más fáciles,
se les oye quejarse...

Porque saben que hay otros
cuyo olor a resina más humeda
les llega desde el oeste,
que no son de ciudad
y que crecen en la marisma...

¡Qué envidia sienten de estos pinos!
porque nunca rascarán los linces sus troncos,
ni sentirán en sus ramas
incontables criaturas aladas,
que cantan al amanecer cada mañana...

Y cuando creo oir sus quejidos,
al no poder consolarlos,
trato de convencerme
que sólo es el sonido del viento...

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