Ladrillo labrado en lobulados arcos,
azulejos, campanas, forman el conjunto
de la torre en la iglesia de san Pedro,
que quiere dar réplica
a su hermana mayor; la Giralda.
Su planta es cuadrada y más arriba
de los sonoros bronces,
su planta se vuelve ochavada,
abriendo al aire, huecos para que circule
y pase a su través con diligencia.
Más arriba aún,
por encima de unas airosas copas
de cerámica, se vuelve prisma de seis caras,
sobre las que se refleja el sol
o discurre prestamente,
cuando llueve, el agua.
Y cerrando el conjunto arquitectónico,
una inquieta veleta
que a setenta metros del suelo,
girando incansable, día a día,
muestra los rumbos de los aires que la mueven
y como contrapunto a su constante mudanza,
sobre ella, la silueta de la cruz, quieta
como cuando la pusieron, firme y estática...
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