El abuelo caminaba con su nieto en aquella tarde tibia del otoño. Hace ya algún tiempo, le había hecho al niño, la promesa de llevarlo a pasear al campo. Hoy, era el día que por fín, habían podido cumplirse todas y cada una de las condiciones; a saber: Que aquél, no tuviera clase, que fuera un soleado día sin posible peligro de constiparse, que el abuelo estuviera también sin otras ocupaciones -pues desde que se jubiló- le llovían éstas y el tan deseado permiso del padre de la criatura, que pensaba con una cierta parte de razón, que el abuelo le daba al niño más caprichos de los convenientes.
Nieto y abuelo, abuelo y nieto, tomaron el ya vetusto coche del mayor de ambos y salieron al campo. Llegaron a las cercanías de la ciudad romana de Itálica y aparcando en un amplio campo que en la actualidad esperaba permisos municipales para construir, sacaron del portamaletas la obra a la que habían consagrado varias horas de sus vidas respectivas: Una cometa.
Previamente a este instante, habían preparado un esqueleto, cortando estrechas tiras de caña de bambú que fueron unidas con papel de seda de distintos colores, pegados con una pasta de cola casera, hecha con harina y agua puesta a hervir. Luego, el ensamblaje y la colocación de una larga cola tras enlazar un atado en determinado ángulo a un ovillo largo de cuerda fina, para que el viento al incidir sobre el plano de la cometa, la hiciera remontarse y volar...
Trás varios intentos, el viento no estaba en su mejor momento y cansados de intentarlo, decidieron posponerlo para otro día. Entonces, el nieto llamado Ramón, le propuso al abuelo:
-Abuelo, ¿por qué no juegas conmigo a los marcianitos en mi maquinita?
-¿Y como se juega a eso? -respondió el abuelo.
El niño, sacó del bolsillo del pantalón, una especie de cajita plana blanca, que abrió y al instante una pantalla se iluminó en colores, mostrando una serie de aviones, platillos volantes, y otras máquinas, que pasaban a distintas alturas de la pantalla, mientras que al presionar desde unos pequeños botones, salían hacia la parte superior como unos disparos que a veces chocaban con las máquinas voladoras y otras nó, produciendo al tiempo, pequeños chasquidos que se diferenciaban si habían hecho blanco o nó. El abuelo, miraba y no acababa de comprender que aquello pudiera producirse con esa sensación de realidad. Él recordaba de su niñez y primera juventud, haber jugado a "los barcos", que consistía en situar varios barcos en papel cuadriculado y otros tantos, el otro jugador o compañero y mediante disparos alternativos de uno y otro, dirigidos a una casilla identificada por un número y una letra, tratar de hundir la escuadra del otro jugador...Ahora, era todo más dinámico, más fácil, incluso más alegre al tener colores. Quizá lo único que le faltaba era sentir los gritos de los muertos en combate, pero quizá también pronto se llegara a esto...
Sacando un pañuelo del bolsillo, limpió los cristales de sus gafas y simplemente comentó:
-Ramoncito, déjame un poco esa máquina, que voy a intentarlo. Hay que reciclarse...
A lo que constestó el niño:
-Abuelo, tú no necesitas eso. Tú estás ya reciclado...
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