En la noche;
próximo,
-más intuido que visto
en su cercanía-
el mar. Aquietado
por la ausencia de viento.
Deshechas en la orilla,
suaves olas,
cadenciosas,
persistentes y
monotonas,
que rompen timidamente,
como pidiendo permiso
para invadir el silencio
con sordina nocturna...
Y entonces,
sintiendo en los piés
descalzos,
la arena fría
a la que me confío,
para andar casi sin ver,
porque las luces
-lejanas-
no llegan siquiera
a intimidar a
la envolvente
oscuridad...
Y en ella sumergido,
imagino arcos
bajo los que pasé un día...
que en segundos,
construyo y derribo,
a mi libre antojo.
Y deseo que llueva,
para sintiéndome
protegido por ellos,
no querer
abatirlos,
pues de alguno,
guardo bellos recuerdos.
Pero la Luna
-inmisericorde con
mi añoranza-
comienza a salir
y su luz termina
con la ensoñación...
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