Y de pronto,
apareció la glorieta
y a pesar de que los recuerdos
casi nunca concuerdan con las vivencias,
volvía a encontrarme
en el silencio de una mañana
con el mármol blanco y frío
en que las musas sollozan
y el amor, junto a ellas,
está atravesado por un puñal.
Sobre el conjunto,
el busto de aquel joven
que a sus pocos años de vida,
-solamente treinta y cuatro-
le fue dado conocer:
la pena, la desesperación,
el desamor y la angustia,
excepcionalmente,
haciéndolo llegar a sus lectores
con la exaltación propia de un romántico.
Contemplando el lugar, me acordaba
de golondrinas y de frases encendidas;
de ojos verdes, de rayos de luna
y de organistas, que después de muertos
seguían sabiendo como nadie
hacer música de tubos aparentemente
solitarios...
De pronto, llegó a la glorieta
un nutrido grupo de escolares,
llenándola
con el bullicio de sus palabras
y el estrépito de sus gritos jóvenes,
rompiendo el encanto mudo y solitario
del lugar, haciéndolo distinto,
sin imaginarlo siquiera,
por lo que marché de allí,
dejándoles para su disfrute
un lugar que ya no me atraía...
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